"Creo que en cualquier época yo habría amado la libertad, pero en los tiempos que corren me inclino a adorarla" (Alexis de Tocqueville)

miércoles, diciembre 21, 2005

Discurso de Mariano Rajoy sobre la Cumbre de Bruselas


Señor Presidente, señorías:

Tras escuchar la exposición del señor Rodríguez Zapatero sobre lo ocurrido en la Cumbre Europea de Bruselas, uno se pregunta: ¿por qué está tan contento?Se trata de las negociaciones más decepcionantes que hemos conocido. Eran las más trascendentales de los últimos años para el futuro de Europa y de España. Nos jugábamos mucho: nuestro bienestar, el equilibrio institucional de la Unión Europea y un reparto equitativo de sus recursos. El resultado no ha podido ser más desdichado. Si lo comparamos con los acuerdos anteriores de los señores González y Aznar, podemos constatar objetivamente que estamos ante el peor acuerdo que haya jamás aceptado España en ninguna negociación europea. El peor de todos. ¿Por qué está tan contento?

Sólo se me ocurre una respuesta. El señor Rodríguez Zapatero tenía tanto miedo al gran desastre, que cualquier calamidad le parece un regalo del cielo y se ha empeñado en vendérnosla como si fuera la lotería del gordo. Ha sido un mal acuerdo para España y para Europa. Por lo que se refiere a la Unión Europea, quizás lo único bueno que se pueda decir del acuerdo es que ha existido, que contamos con un acuerdo.

La serie de presagios infaustos que arrastrábamos de cumbres recientes, dejaban muy pocos resquicios para el optimismo europeo: el fracaso de la Constitución, la interrupción de los refrendos, el olvido de la Agenda de Lisboa, el fracaso de la Cumbre de Luxemburgo... ¡Cómo estarán las cosas para que un acuerdo agónico, frustrante, que no satisface a nadie se convierta en un signo de vitalidad, en una voluntad de supervivencia, en la posibilidad de seguir avanzando, aunque sea a tientas, en la construcción europea!

Esto ha sido lo bueno. No es para echar las campanas al vuelo pero nos da un respiro. También es bueno que se hable de lograr un modelo menos instalado en la protección de algunos privilegios particulares, de modificar sustancialmente los procedimientos, de alcanzar unas instituciones más democráticas y más eficaces, pero esto de momento son sólo palabras. >La realidad es que la Unión Europea que se dice de 25, funciona todavía como si fuera de 6. Todo lo demás de la cumbre, pese a los desbordados entusiasmos del señor Rodríguez Zapatero, ha sido malo para la Unión.

Es ridículo afirmar que Europa va bien con un presupuesto del 1,045 % de la renta comunitaria, que ni siquiera ha alcanzado el 1,24% que la Comisión Europea consideraba indispensable para ayudar a los nuevos países miembros. Difícilmente podemos aspirar en estas condiciones a convertirnos, como se pretende, en el primer bloque de desarrollo económico del mundo.

Me sorprende que un socialista descubra virtudes en unos presupuestos cicateros que combaten el principio de cohesión y contradicen cualquier entusiasmo europeísta. Todos los dirigentes europeos se han pronunciado en este sentido, incluidos el Presidente de Turno, el Presidente de la Comisión y el Presidente del Parlamento. La única excepción en esta coral de frustraciones la encarna, ¿cómo no? el complacido señor Rodríguez Zapatero. Es el único satisfecho. El único que sostiene que estamos ante un buen acuerdo para Europa.

Llamemos a las cosas por su nombre, señorías. Para las necesidades y las pretensiones de Europa, son unos presupuestos frustrantes. Se ha salvado el bache y nada más. Nada que permita entusiasmos de ninguna clase. ¿Era este el único acuerdo posible? Quizá ¿Era el mejor acuerdo posible? Tal vez. Eso no lo convierte en un buen acuerdo. Se trata, si acaso, del menos malo. Ser el menos malo, es decir, reconocer que pudiera ser peor, no es lo mismo que ser bueno. Un mal menor no es un bien. Sigue siendo un mal. Nada que ver con un éxito.

Ha sido un acuerdo malo para Europa y especialmente malo para España. Si llamamos éxito a lo que dice el diccionario: resultado feliz de un negocio, en este negocio de las Perspectivas Económicas no era posible tener éxito salvo que rebajáramos mucho nuestras exigencias. Para empezar, los españoles no podíamos recibir el 100% de lo conseguido por Aznar. España tenía que perder dinero forzosamente.

En primer lugar, porque nuestra situación actual es mucho mejor que la de 1999 en términos de renta y de convergencia. En segundo lugar porque se han incorporado a la Unión diez países con una renta inferior a la nuestra y que necesitan las ayudas más que nosotros.

No es que yo adore los subsidios. De ninguna manera. Yo no soy socialista. Yo adoro el esfuerzo que pueda liberarnos de subsidios. A mí me gustaría que hubiéramos avanzado tanto como para no necesitar más ayudas europeas y convertirnos en contribuyentes netos. Eso significaría que habríamos superado la renta media europea. Pero la realidad es otra. Necesitamos todavía los fondos europeos, aun sabiendo que esos fondos han de ser cada vez menores. El caso es que estábamos preparados para que España perdiera dinero. No esperábamos, pues, un éxito imposible, pero tampoco nos merecíamos un castigo tan desproporcionado y tan injusto.

Lo que no esperábamos de ninguna manera es que semejante castigo contara con el acuerdo complaciente del señor Rodríguez Zapatero y con su incomprensible satisfacción. A esto, antes se le llamaba desastre. Ahora, en la neolengua del señor Presidente, se le llama éxito. Un éxito del mismo estilo que los de Trafalgar, la Armada Invencible o la Guerra de Cuba. Un éxito incuestionable. Un gran éxito.

Me disgusta entrar en estas contradicciones de los éxitos y los fracasos. Voy a evitarla. Quiero renunciar a los juicios de valor y limitarme a mostrar los hechos. Con los números delante de los ojos todas las fantasías están de más porque las cifras no dejan dudas sobre lo que es más o lo que es menos, lo que es ganar o lo que es perder y, en definitiva, lo que pueda merecer elogios o no los merezca en absoluto. Los resultados que ha obtenido el señor Rodríguez Zapatero están a la vista de todo el mundo y todo el mundo los ha considerado, en España y fuera de España, ruinosos.

Entre el incremento de lo que tenemos que aportar al haber crecido nuestro PIB, lo que han reducido su contribución los que eran mayores contribuyentes netos, y la sonriente complacencia del señor Zapatero sobre lo que dejaremos de recibir, hemos conseguido que se nos reconozca como los principales perdedores en las negociaciones. Perdemos más que nadie y nuestras regiones pierden más que ninguna otra región europea.

España, con el acuerdo que tanto satisface al señor Rodríguez Zapatero, pasa de tener un saldo neto de 47.500 millones de euros (casi 8 billones de pesetas) en el período 2000-2006 a apenas 5.000 millones de euros. En otras palabras, pierde el 90% de su saldo actual: Unos 1.000 por español. Si a esto llamamos éxito ¿a qué llamaremos fracaso?

Lo gracioso del caso es que no hemos conocido estas cosas por el señor Rodríguez Zapatero. Nos hemos enterado a través del Presidente de turno de la Unión, el señor Blair. Por eso sabemos que España ha sido la más afectada por este acuerdo. Lo que no nos dijo el señor Blair es que el señor Zapatero, a pesar de todo, estuviera contento. Pero donde aparece más claro el mal resultado que ha logrado su señoría en la negociación de Bruselas es en el apartado del coste de la Ampliación. ¿Por qué hemos aceptado pagar más que nadie o, mejor dicho, que se haga la ampliación a nuestra costa? El señor Rodríguez Zapatero no nos lo explica. Tal vez sea porque no lo entiende ni él mismo.

Cuanto más considero las cifras, mayor es mi pasmo. Se da la paradoja de que mientras Francia y Alemania pierden unos 30.000 millones por cabeza, nosotros perdemos 43.000. La diferencia se acentúa si consideramos que esto representa el 0,6% de nuestro PIB, mientras que para Francia y Alemania no pasa del 0,25%. Dicho en castellano: pagamos el triple de lo que debería correspondernos por nuestro nivel de renta. Aportaremos 3,5 veces lo que Alemania, dos veces largas lo que Francia y 7 veces, o más, lo que aportan Holanda o Suecia. Para que se hagan una idea, señorías, España va a pagar el 25% de los costes de la ampliación, cuando su producto interior bruto representa el 8% del conjunto de la Unión Europea.

Este es el equitativo reparto de cargas que ha bendecido el señor Rodríguez Zapatero. Si esto es eficacia, señorías, ¿a qué debemos llamar incompetencia? No voy a desplegar aquí la lista de los perjuicios causados a las regiones españolas porque esa calamidad reclama mucho tiempo y porque ya se encargarán de recordarlo las propias comunidades autónomas.

¿En qué han cambiado las cosas desde aquel Luxemburgo en que el señor Zapatero hacía como que vetaba pero no vetaba y por fin se sumaba al veto? Pues en nada, porque sale lo comido por lo servido. Con todas la rebajas de última hora, España sigue aportando 1.350 millones de euros más que en junio al cheque británico, y pierde 1.600 millones en desarrollo rural, a cambio de ganar 450 millones para el Fondo de Cohesión, 50 para Ceuta y Melilla y 700 en menores aportaciones a las políticas que se han reducido y esos 2.000 millones de los fondos tecnológicos que nos han concedido como premio de consolación. ¿Por qué nos lo han dado? Seríamos injustos si lo atribuyéramos a la firmeza de nuestros representantes. Más bien debemos pensar que, aunque el señor Rodríguez Zapatero derramaba complacencias, al resto de presidentes seguramente les daba vergüenza ver en qué situación nos estaban dejando. ¿Qué podemos decir en conclusión, señorías?

¿Se sabe de alguien que haya regresado de Bruselas en peores condiciones? No se sabe. Si no se sabe ¿estamos en condiciones de afirmar que hemos sido los que más han empeorado su posición? Es obvio. ¿Por qué se empeña entonces el señor Rodríguez Zapatero en negar lo que es evidente? Por aquella regla del como sea que resume toda su política de gobierno. Sin duda, hemos conocido tiempos mejores, en los que la opinión española se tomaba más en cuenta. Porque no se trata solamente de los fondos. Hemos perdido el dinero, por supuesto, pero también hemos perdido prestigio, influencia y posición en Europa.

Después de esta cumbre sabemos que la Unión toma el rumbo impuesto por Tony Blair y Angela Merkel, las personalidades que con peores ojos contemplan al señor Rodríguez Zapatero. La señora Merkel no ha hecho más que llegar y ya ha asegurado para el futuro su preeminencia política y su influencia económica. El señor Blair ha evitado el fracaso presupuestario europeo, conserva su cheque, y se lleva una concesión decisiva: que la Política Agraria Común (PAC), que absorbe más del 40 % del presupuesto comunitario, sea revisada hacia el 2008/2009. El señor Chirac, que es amigo del señor Zapatero, aunque no se note, ha sabido sostener sus posiciones inmovilistas. ¿Y España? La Cumbre de Bruselas sitúa a la España del señor Rodríguez Zapatero como una fuerza periférica, ajena al grupo dirigente, con una influencia menguante, sin ideas, sin objetivos y sin aliados. Tal vez sea un éxito. Un éxito ¿en comparación con quién? Debo confesar para nuestra desdicha, que nada de esto me sorprende.

Desde que el señor Rodríguez Zapatero se incorporó a la Presidencia del Gobierno, ha estado regalando nuestras mejores bazas a cambio de nada. Su mejor negocio fue levantar el veto a la Constitución Europea (que no salió) y sacrificar los intereses de España, para, según decía, mejorar esta negociación de los fondos europeos (que no ha podido salir peor). ¡Brillante operación!

¿Cómo es posible que nadie pretenda tener éxito con una estrategia basada en darle a todo el mundo lo que pide, sin rechistar, esperando que al final se porten bien con uno? Al final ha pasado lo que tenía que pasar. Se cedió en la Constitución y España perdió votos, parlamentarios europeos y peso en las instituciones a cambio de nada. Se cedió en la firma del tratado de la Constitución a cambio de nada. Se cedió en el Pacto de Estabilidad y la Agenda de Lisboa, hipotecando el futuro económico de Europa y España a cambio de nada... No se ha cedido en más cosas porque no hemos tenido ocasión.

No es esta la única virtud de nuestro representante: además de regalar las bazas, no prepara las cumbres. Si se compara la actitud del señor Rodríguez Zapatero en Bruselas con la de González en Edimburgo o la de Aznar en Berlín, esto roza el ridículo. Con Aznar nos convertimos en los mayores receptores de fondos. Claro que Aznar dijo NO, paró las negociaciones a las 3 de la madrugada y rechazó el acuerdo hasta obtener satisfacción.

En Bruselas ha ocurrido lo contrario. Nuestra estrategia negociadora simplemente no ha existido. Nuestros objetivos concretos no constan. Nuestra firmeza se puede comparar con la del junco. Lo que cualquier participante en la Cumbre pueda referir sobre el señor Rodríguez Zapatero cabe en tres líneas. Si nos lo cuenta en una tarjeta postal le sobrará mucho espacio.

Hemos asistido a una edición corregida y aumentada de todos los errores cometidos a lo largo del último año y medio. España ha estado ausente del núcleo de países que han llevado las negociaciones. Nuestro ministro de Asuntos Exteriores ni siquiera se molestó en acudir al Consejo de Asuntos Generales del 7 de diciembre...
En estas condiciones, señorías, sin estudiar, sin prepararse, sin fijar objetivos, sin defenderlos, sin estar donde se debe... ¿qué cabe esperar? Si el resultado final hubiera sido otro tendríamos que considerarlo un milagro. Ha ocurrido una vez más lo mismo que ocurre en todas las cumbres porque, por más que se insista, el señor Rodríguez Zapatero ha demostrado un empeño pertinaz en no corregir ninguno de sus errores.

Para mí, señorías, lamento decirlo, esto no constituye ninguna sorpresa. Era previsible, lo habíamos advertido y solamente nos queda deplorar que el tiempo y el señor Rodríguez Zapatero se empeñen en darnos la razón. Esto es lo que hay, señorías, y de nada sirve pedir más. Otros tal vez lo hubieran hecho mejor, pero quien gobierna es el señor Rodríguez Zapatero. Debemos reconocerle que ha hecho todo lo que está en su mano, todo lo que es capaz de hacer. Todo lo que da de sí. No se le puede pedir más

Tal vez alguien lamente esta poquedad, esta eficacia indigente, esta predisposición para conducirnos solemnemente al fracaso. No precipitemos nuestros juicios porque las cosas podían haber sido peor. Ese consuelo nos queda. Todo juicio es relativo y debemos comprender que algunos vean esta calamidad como un éxito. Para quien tiene pretensiones cortas cualquier resultado parece brillante. Ocurre aquí como con aquel sujeto al que le gustaba tanto jugar al póker y perder. Ese era su éxito. Ni siquiera imaginaba la posibilidad de ganar. Claro que él perdía sólo, sin comprometer a nadie.
Podemos entender este relativismo del perdedor complacido. Otra cosa es que pretenda tomarnos el pelo, faltar a la verdad y ofender a la inteligencia para colocarnos una mercancía averiada. Los españoles sabemos ser muy comprensivos con las limitaciones y las debilidades ajenas. Cosa muy distinta es que se pretenda tomarnos por tontos.

Muchas gracias, Señorías.

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