En Valencia con el Papa
He tenido la gran suerte de poder estar este fin de semana en Valencia con el Papa. Mi intención era haber escrito esta pequeña crónica ayer pero me pasé el día en el hospital con un cólico nefrítico así que vaya hoy, aun con el retraso.
Llegamos a Valencia el viernes. Los enanos, la mamá ( o sea, la que escribe) y los abuelos. El padre de las criaturas siguió el evento desde los Estados Unidos con mucha envidia.
La entrada en la ciudad fue suficiente para presagiar el gran éxito que iba a ser la venida de Su Santidad a esta tierra de Valencia. El Ayuntamiento se había volcado con la visita y Valencia brillaba como nunca adornada con flores blancas y amarillas, los colores del Vaticano en honor a Benedicto XVI.
Pero sin duda, lo más emocionante era ver los balcones de las casas valencianas adornadas con banderas vaticanas, españolas y valencianas. En muchos casos, el crespón negro, recordando a las víctimas del fatal accidente de metro a las que Benedicto XVI quiso traer su consuelo de Padre nada más aterrizar, dejando claro que Cristo y su Iglesia están siempre con los que sufren.
La convivencia de las dos banderas, la nacional y la regional, en los balcones constituye un ejemplo para España en estos días convulsos. Valencia, se siente orgullosa de su valencianidad y de sus particularidades unidas, indisolublemente, a la Historia de España.
Valencia es España y quiere ser España, que ejemplo hermoso para aquellos que quieren renegar de sus raíces y su pasado y a quienes han hecho creer que la particularidad no es compatible con la unidad.
El viernes salimos a tomar el pulso a la calle, ya con los amigos valencianos que nos acogían en su casa. Paseando por el centro histórico de la ciudad todo era una fiesta que no se vió empañada en absoluto por los escasísimos letreteros del Jo no t'espere que fueron un estrepitoso fracaso. Miles de peregrinos de blanco y amarillo celebraban la llegada inminente del representante de Cristo en la Tierra y acudieron multitudinariamente a rezar el Rosario a la playa de la Malvarrosa.
El sábado por la mañana seguimos por televisión la llegada de Benedicto XVI y allí pudimos ver las pitadas a Rodríguez Zapatero quien no tuvo la valentía de enfrentarse a un pueblo que sabe que no le quiere. Rodríguez ignora a media España pero no se atreve a tenerla frente a frente. Rodríguez prefiere tener cerca a los asesinos de españoles antes que a las peligrosísimas familias católicas españolas. Rodríguez, como dice la madre de Joseba Pagaza es un traidor pero además Rodríguez es un cobarde.
Lllegó, se hizo la foto y se marchó por la puerta de atrás. Y mejor para todos nosotros, porque allí nadie le necesitaba. Por un fin de semana conseguimos olvidarnos de la tristeza y la vergüenza en que este tirano ha sumido a España porque el Papa lo llenó todo.
Salimos a la calle a recibir a Su Santidad que recorrió en Papamóvil las calles entre la multitud que le aclamaba.
Nos fuimos a comer una paella y por la tarde acudimos a la Ciudad de las Ciencias y las Artes al encuentro de las familias con el Papa. En ese escenario maravilloso asistimos a un espectáculo absoluto. Miles de niños correteando por todas partes, monjitas que a pesar del sol de justicia que pegaba sobre sus hábitos no paraban de sonreir, confesionarios portátiles por todas partes, miles de chavales ejerciendo el voluntariado, abuelas con sus abanicos, banderas de España y de muchos países que habían querido sumarse a la fiesta valenciana, gentes que sin conocerse de nada se sentían hermanadas y felicidad, mucha felicidad. El acto, a mi entender, aunque emocionante y bonito pecó de largo.
Y al día siguiente, después de unas poquitas horas de sueño volvimos para asistir a Misa. La homilía del Papa fue maravillosa y nos recordó que la familia es la base de la sociedad y que si no se defiende a la familia estamos abocados al fracaso. Supongo que desde el sofá de su palacio a Rodríguez el cobarde, que se ha propuesto dinamitar la familia igual que quiere dinamitar todo aquello que de bueno tiene nuestra sociedad, le escocerían estas palabras y las escucharía arrebujado, con su sonrisa estúpida. Tal vez ni siquiera las escuchara, porque a este señor le da todo exactamente igual.
La Misa terminó con la bendición del Papa y con la invitación a volver a reunirnos en Ciudad de México dentro de tres años.
Yo sé que fuimos muchos los que rezamos allí por España y quiero pensar que estas oraciones no caerán en saco rato y sé también que España estará muy presente en las oraciones del Santo Padre. Después de decir adios a Benedicto XVI en su camino de vuelta al aeropuerto emprendimos nosotros también la vuelta a casa reconfortados por esta visita y habiendo sido capaces de olvidarnos, por unas pocas horas de los problemas que sacuden a nuestro país.