Otro gran éxito de Monti-devuelve-los-mil-millones
Antes de leer lo que sigue a continuación y que publicó ayer ABC, os recomiendo sentaros, coger un paquete de Kleenex (por las lágrimas de risa que van a caer) y avisar a quien esté en casa que no os habéis vuelto tarumba y que el ruido que escucha son carcajadas.
Una vez hecho esto... proceded...
Una vez hecho esto... proceded...
En ABC
BARCELONA. Veinticuatro horas después de que el presidente del PP, Mariano Rajoy, fuera increpado con gritos de «Rajoy fascista, fuera de Girona» por un centenar de jóvenes independentistas, muchos catalanes, y también algunas autoridades, daban por hecho una asistencia masiva en la cacerolada contra el PP en Barcelona e, incluso, la posibilidad de algún disturbio por parte de los más radicales.
Quizá por ello, los Mossos d´Esquadra y la Guardia Urbana de Barcelona desplegaron un discreto dispositivo policial, dos coches patrullas, ante la sede barcelonesa del Partido Popular para disuadir a los más exaltados.
Ayer no hubieron (N. de anghara.- qué mal está ABC) ni gritos ni colisiones de ollas en la calle Urgell, donde está emplazada la sede principal del PP en Cataluña. A la protesta, alentada vía «e-mail» desde el mismísimo departamento de Presidencia de la Generalitat, sólo asistió un ciclista que al llegar a la sede popular, cerrada a cal y canto, desplegó en silencio una bandera catalana que plantó, con mucha dignidad, en medio de la acera como si tomara posición del territorio ocupado. A los cinco minutos, acudió un joven con una gorra y una bolsa de plástico, donde supuestamente llevaba las cacerolas u otros objetos para poder descargar su ira metálica contra el PP. Los dos jóvenes se miraron incrédulos, y sin poder mediar palabra entre ellos, por el rotundo fracaso de la convocatoria de la cacerolada contra el PP en Barcelona.
Al cabo de veinte minutos, el muchacho de la gorra abandonó el lugar harto de ser el blanco de los focos de las cámaras y de las miradas de una decena de periodistas y policías. Al poco rato, el ciclista enrolló lentamente la «senyera» y, sin perder la compostura, montó en su bicicleta, haciendo caso omiso a los fotógrafos, y se perdió calle abajo en busca, quizás, de más ruido.