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El 29 de octubre del año 2004 decía ante esta Cámara el Sr. Rodríguez Zapatero: “España va a ser el primer país en ratificar la Constitución Europea, por lo que nuestro voto tendrá una dimensión continental e influirá en la opinión pública de los otros veinticinco Estados”.
Hemos de admitir que como profeta no tiene usted precio, Sr. Rodríguez Zapatero. La predicha influencia fue más o menos la misma que la que han obtenido sus recientes consejos sobre la posición común de Europa ante el régimen castrista, sus ideas sobre inmigración o sus recomendaciones electorales en otros países, como pueden certificar el sr. Shroeder o Segoléne Royal. Más o menos la misma.
Se dejó deslizar entonces por el arriesgado ejercicio de la profecía cosechando el éxito de todos conocido. Pero dejando a un lado el error en la predicción, lo significativo de esta frase es que refleja la actitud con la que ha encarado este asunto el Sr. Rodríguez Zapatero durante los tres últimos años.
Recién llegado al Gobierno, se encontró con el Tratado Constitucional y hemos de reconocer que lo adoptó con entusiasmo de meritorio y prisas de neófito.
Cedió entonces, a cambio de unas palmaditas en la espalda, una buena sesión de fotos y el agradecimiento interesado de los señores Chirac y Schroeder, el importante peso que el Tratado de Niza nos otorgaba en el Consejo de la Unión Europea que, como Sus Señorías saben bien, es el lugar donde se toman las decisiones determinantes.
Nos dijo entonces que merecía la pena perder poder en el Consejo a cambio de un bien superior: los europeos íbamos a poder contar con una Constitución que representaba un gran salto adelante, tanto en lo institucional, como en el apego de la ciudadanía.
Se convirtió en el paladín más esforzado, en el más entusiasta defensor de la Constitución Europea. Después pasó lo que pasó: dos consultas populares, en Francia y en Holanda, dejaron a la Constitución en el borde del camino.
Ahora, para salvar las carencias y responsabilidades de otros, le ofrecen un “Tratado de mínimos” y vuelve a decir sí con el mismo fervor.
Se lo convierten en una edición de bolsillo para calmar a Francia, al Reino Unido, a Holanda, a Polonia, a la República Checa, etc. y lo aplaude con unción.
Y no hubo más porque, afortunadamente, concluyó la Cumbre. De continuar, el Tratado podría reducirse a un folio sin que por ello mermara el entusiasmo de nuestro representante.
¿Con cuál de sus entusiasmos nos quedamos señoría? Porque usted aplaude lo mismo una cosa que otra. Comenzó diciendo Niza no / Constitución sí, y ahora pregona con la misma fuerza Constitución no / Niza sí
Y me temo que su señoría no ha tenido que apearse de sus convicciones en esta materia. No ha tenido que apearse de sus convicciones, porque en ésta, como en otras cuestiones, no las tiene. Ni buenas, ni malas. Simplemente, no las tiene.
De esta manera, le es más cómodo acoplarse a las exigencias de unos y otros, aunque éstas no siempre respondan a los intereses de España y de los españoles.
Recordará Usted que un mes antes del fracaso del referéndum francés, le pregunté en esta Cámara por su posición ante un eventual rechazo del Tratado constitucional. Le pregunté si había pensado en un escenario alternativo, un posible Plan B para encontrar una solución en caso de que el resultado del referéndum fuera negativo. Y le animé a trabajar en ese sentido. Su respuesta, Sr. Rodríguez Zapatero, fue especialmente significativa a la vista de lo que sucedió un mes más tarde. Cito textualmente: "Algunos, -decía usted en clara referencia a mi persona-, siempre piensan sólo en el Plan B, pero yo creo que hay que pensar siempre en el Plan A... En fin, a tenor de las circunstancias, quizá valdría más que algunos que están preocupados por lo que pueda pasar en el referéndum de Francia se preocuparan por lo que ha pasado en Euskadi o por lo que pueda pasar en Galicia. Seguramente tendrían una tarea más comprometida con su tiempo y con su responsabilidad."
La respuesta que me dio usted entonces, además de irresponsablemente escapista, fue una soberana frivolidad que da la justa medida de su visión europea. Usted se vanaglorió ante esta Cámara de no tener Plan B y ahora esta Cámara está en condiciones de valorar las consecuencias de su actitud: el Plan B lo han pensado otros y usted, con su actitud soberbia y contemplativa, ha jugado un papel de comparsa que deja en mal lugar la representación que le dio el pueblo español en esta importante empresa europea.
Y eso no lo disimulan ni las fotos de oportunidad durante los descansos ni la propaganda de sus corifeos, que no han tenido empacho en valorar como determinante su actuación en esta Cumbre.
Cuando aquel riesgo se convirtió en una realidad, usted convocó el 26 de enero de 2007 en Madrid una reunión con los países que habían ratificado el Tratado Constitucional, con el objetivo de recordar a los que preconizaban un Plan B el cumplimiento, por parte de dieciocho Estados, de los compromisos que habían contraído. Se habló entonces de la táctica de “la tijera y la pluma”, o lo que es lo mismo, que si se suprimía alguna parte del Tratado se podría introducir otra. Su Ministro de Asuntos Exteriores anunció en dicha reunión la posición española: si debía haber algunos recortes -vino a decir-, debía aprovecharse la ocasión para aportar mejoras al nuevo Tratado porque, y cito textualmente: "un acuerdo limitado a unos pocos cambios institucionales no es suficiente para dar respuesta a las expectativas de los ciudadanos."
Y yo le pregunto hoy ¿qué han sido de esas expectativas de los ciudadanos? ¿Dónde ha quedado ese impulso español de los amigos de la constitución dispuestos a defender la voluntad de los ciudadanos? Claro que, cuando los liquidados en el nuevo Tratado son los propios ciudadanos...
La postura de los "Amigos de la Constitución", es decir, los países que la habían ratificado, la hunde... usted, Sr. Rodríguez Zapatero cuando pocas semanas después, tras una primera reunión con el sr. Sarkozy, es cautivado por las tesis del mini-Tratado.
Lisa y llanamente, a los “amigos de la Constitución” los dejó usted en la estacada. Y fíjese, sr. Rodríguez Zapatero, lo que han dicho de esta Cumbre y del mini-Tratado “esos amigos”:
Romano Prodi ha denunciado “el retroceso del espíritu europeo” y declarado no haber asistido nunca a un Consejo Europeo presidido por “un euroescepticismo tan explícito, tan programado”.
El primer ministro de Luxemburgo ha afirmado: “El Tratado Constitucional era mucho mejor para Europa”.
El primer ministro de Bélgica: “El fin de este Tratado, al contrario del anterior, es ser ilegible”.
Y Bertie Ahern, primer ministro de Irlanda: “Creo que todos los cambios que hemos hecho han sido para peor”
Excuso decirle lo que pensarán éstos y otros dirigentes europeos que apoyaron la Constitución sobre la confianza que les merece la palabra de Su Señoría.
Tras la incoherencia, vinieron los zigzagueos. Visita a la señora Merkel y declara que será "flexible"- lo que en lenguaje comunitario quiere decir "estoy a vuestra disposición; no pondré trabas de ningún tipo." Pero cuando el gobierno polaco insiste en modificar el sistema de voto en el Consejo de ministros, usted se apunta a sus posibles beneficios. Y para rematar este guirigay, la semana en que se reúne el Consejo Europeo firma usted un documento conjunto con el Sr. Sarkozy donde defiende un programa de mínimos pegando un tijeretazo al Tratado Constitucional. ¿Seguía usted una inteligente estrategia basada en la confusión cuya trascendencia no está al alcance del común de los mortales o, como sospecho, se ha limitado sin más a decirle a cada uno lo que quería oír a última hora?
Ahora bien, su aportación al Consejo Europeo ha tenido, lo reconozco con gusto, una aportación de la mayor altura intelectual. Cuando dentro de muchos años se rememore el Consejo Europeo que remendó la crisis constitucional en Europa, se hablará con admiración de la iniciativa de un presidente del gobierno de España que postuló el cambio de nombre del Ministro de Asuntos Exteriores de la Unión por el de Alto Representante. Que gran hallazgo y, sobre todo, tan novedoso y original, Sr. Rodríguez Zapatero, teniendo en cuenta que es así como ya se denomina la figura en cuestión. Mi enhorabuena, a pesar de que los medios de prensa extranjeros le discuten la autoría de tan brillante aportación.
Pero, Señorías, el hecho incontrovertible es que el pueblo español manifestó su libre voluntad en un referéndum en febrero de 2005 y aprobó un texto cuya defunción ha certificado el Consejo Europeo.
Señor Presidente, usted y yo podemos tener visiones diferentes sobre muchas cosas, pero debería coincidir conmigo en que los españoles son ciudadanos maduros que no nos perdonarán que se les oculte la realidad de lo ocurrido.
Usted les debe a los ciudadanos una explicación. Al menos, a los que votaron SI en aquel Referéndum. Pero después de escuchar sus palabras, es evidente que prefiere seguir practicando el dudoso arte de la ocultación. Yo no voy a seguirle por ese camino y, como pedí el apoyo a la frustrada Constitución, debo explicar a los españoles lo que se ha hecho con su voluntad.
Hay que contar a nuestros conciudadanos las circunstancias que han rodeado a este Consejo Europeo. Sus conclusiones demuestran cómo los dieciocho países que habían ratificado el Tratado Constitucional han tenido que ceder a las demandas de quienes no lo habían hecho. La situación de estos dieciocho gobiernos ha sido similar a la de los alumnos que después de aprobar el examen final debieran acomodarse a las exigencias de los que han suspendido o, peor aún, a la de aquellos que ni siquiera se habían presentado.
La realidad que ha ocultado hoy usted a esta Cámara es muy simple: este Consejo Europeo ha hecho trajes a medida a los que habían suspendido o no se habían presentado. Francia, Países Bajos, Reino Unido, Chequia o Polonia han obtenido satisfacción en temas que habían sido previamente rechazados en el texto del Tratado Constitucional.
Ahora bien, Señorías, hay un traje a medida que sí me ha satisfecho. Me refiero al voto en el Consejo. Su primer acto en Europa, Sr. Rodríguez Zapatero fue aceptar, como recordaba antes, un sistema de voto que perjudicaba notoriamente a España. Y ahora, mientras el resto de los gobiernos planteaban sus reivindicaciones, a usted no se le ha oído ni una palabra sobre el peso de nuestro país en el Consejo.
Por un lado, se afirmaba que la posición de Polonia era inaceptable y al mismo tiempo se declaraba que: "si se abre la negociación del voto, España se situará entonces "cerca de Polonia". Si estaba de acuerdo con Polonia, y debería estarlo porque era una propuesta que beneficiaba a España, ¿por qué no la apoyó desde el principio? ¿Por qué tuvo usted reparo en defender los intereses de su país? ¿Acaso no lo han hecho todos los demás?
Pese a su inoperancia y su falta de ambición, me he sentido confortado con el resultado en este punto del Consejo y la mejora que supone para España. Aunque usted no tuviera nada que ver en ello. A ver ahora cómo explica que, después de denostar el Tratado de Niza, se muestra eufórico con la prórroga diez años más del peso que consiguió para España el Gobierno de José Mª Aznar precisamente con ese Tratado. Tendremos que agradecer a los “antipáticos polacos” la prórroga de lo que obtuvo el “antipático” Aznar. Ni los unos ni el otro recibieron sonrisas y palmaditas, pero lograron para sus países lo que creían de justicia.
Ahora, gracias a ello, vamos a poder negociar, por ejemplo, la reforma de la Política Agraria Común o de los Fondos de Cohesión como lo que somos: uno de los grandes Estados miembros de la UE.
En fin, Señorías, las cosas son como son y, no siempre, como nos gustaría que fuesen. El Tratado Constitucional ha muerto, pero hemos de reconocer que la Presidencia alemana ha conseguido un consenso de mínimos que permite sortear esta crisis institucional y mantener el proceso de construcción europea, aunque sea a un ritmo menor que el deseado.
Como ya se ha dicho, se ha convocado una Conferencia Intergubernamental para elaborar un nuevo Tratado, en el que habrán de mantenerse algunos de los avances contenidos en el Tratado Constitucional. Confiemos que se convierta en un instrumento útil para dotar de mayor eficacia a las instituciones europeas.
Se han rebajado muchísimo las ambiciones de aquel proyecto constitucional, pero el Nuevo Tratado puede permitirnos salir del estancamiento. Por decirlo gráficamente, con respecto a la Constitución hemos retrocedido cien pasos, pero con respecto a la situación actual podemos avanzar cuarenta.
Ahora bien, ese relativo avance, no puede hacernos olvidar que el Tratado Constitucional pretendía responder al mandato de claridad y transparencia acordado por el Consejo europeo de Laeken. De ahí la derogación de los diecisiete Tratados existentes y su sustitución por uno nuevo.
Lo aprobado ahora por el Consejo Europeo supone, de hecho, una vuelta atrás: se mantienen los Tratados existentes, que serán enmendados, y se le añade otro. Es decir, se iba a sustituir diecisiete por uno y ahora serán dieciocho.
Es cierto que de esta forma se consigue reducir de manera sensible la extensión del nuevo Tratado. Pero, seamos claros, se trata de un espejismo: el texto resultante será probablemente más corto, pero sin duda mucho menos claro y transparente que el Tratado Constitucional y sólo apto, eso sí, para hacer las delicias de los estudiosos del derecho comunitario y para alejar más a los ciudadanos de las instituciones europeas.
Decía usted, Sr. Rodríguez Zapatero, en su intervención ante esta Cámara el 23 de junio de 2004: "esta Constitución es nuestra alma europea". Pues bien, lamento comunicarle que el Consejo Europeo, del que usted forma parte, ha desmentido aquella bonita definición. Coincidirá conmigo en que el alma se ha evaporado, ya que todas las referencias constitucionales desaparecen del futuro Tratado.
Acercar Europa a los ciudadanos era uno de los objetivos principales, si no el principal, del proceso de reformas emprendido.
A mí me parecía que el Presidente del Gobierno compartía ese propósito, tras escucharle decir en su intervención ante esta Cámara en junio de 2005: "Europa necesita a sus ciudadanos... porque sin la participación activa de sus ciudadanos, Europa, sin más, no será".
Pues bien; esos ciudadanos que usted invocaba son los grandes olvidados del último Consejo Europeo. A tenor de sus acuerdos, la Unión ya no se fundamenta, como en la Constitución, en la doble legitimidad de Estados y ciudadanos. Es más, en el nuevo Tratado, los ciudadanos han desaparecido.
Termino, señorías. El resultado de esta Cumbre nos deja un sabor agridulce, porque si bien es cierto que se ha podido sortear una grave crisis institucional, no lo es menos que ha sido a costa de renunciar a una gran ambición.
Ahora bien, no podemos dejar de denunciar la falta de objetivos y la política errática de nuestro representante en el Consejo, el sr. Rodríguez Zapatero. Cierto es que para poder fijarse unos objetivos es preciso tener una visión de Europa y una visión de España en Europa y que no resulta sencillo tener una visión de Europa cuando la noción que se tiene de su propio país es discutida y discutible y está plagada de contradicciones. Pero creo que sin una visión de Europa que guíe su actuación política, sr. Rodríguez Zapatero, España está avocada a permanecer en la política del zigzagueo y la contradicción.
Para tener unos objetivos claros y posibilidades reales de alcanzarlos es necesario un cambio.
Es necesario que el Presidente del Gobierno de España muestre firmeza en sus convicciones y sus actitudes pero sobre todo, en la defensa de los intereses de España y de los españoles, aún a riesgo de que no le den palmaditas en la espalda o no le digan lo simpático que es cuando responde a todo que sí.
Es necesario que el Presidente del Gobierno de España olvide declaraciones líricas del tipo "volvemos a Europa" para luego abrazar el proteccionismo económico más rancio y acabemos en el Tribunal de Justicia, como en el caso Endesa.
Es necesario que el Presidente del Gobierno de España tenga seriedad en sus planteamientos y se olvide de ocurrencias banales cuyo único resultado es perder crédito ante sus homólogos europeos.
Es necesario que el Presidente del Gobierno de España lleve a cabo una política que impida que nuestro país esté a la cola de los que cumplen las trasposiciones de las directivas comunitarias y a la cabeza de los que incumplen las emisiones de CO2 prescritas por el protocolo de Kyoto.
Sr. Presidente, señorías, el resultado del Consejo europeo ha puesto de relieve el cambio que está pidiendo a gritos nuestra política europea. No es posible, sr. Rodríguez Zapatero, afrontar un Consejo Europeo en el que están en juego intereses básicos españoles y europeos pretendiendo enterarse de los temas en las dos horas del viaje de ida a Bruselas.
Es necesario que el Presidente del Gobierno de España tenga posiciones propias y no sea un simple comparsa de lo que decidan los demás.
Es necesario que el Presidente del Gobierno de España recupere el valor del trabajo con el que se identifican millones de españoles que esperan de su presidente lo mismo que ellos le dan a su país cada mañana. Dicho de otra manera, sr. Rodríguez Zapatero, debería ser para usted una pasión trabajar por España en Europa y no un engorro sobrevenido.
Muchas gracias, Señorías.
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