En caída libre - Por Gabriel Albiac
La Razón, hoy.
En caída libre
Gabriel Albiac
La racionalidad política no se ajusta a modelos trascendentes. Ni siquiera externos al interés del sujeto que diseña sus estrategias. Es una economía de los costes precisos para obtener los beneficios buscados. Triunfa, cuando lo conseguido supera al precio. Pierde, en caso contrario. La economía general de lo político exige que cuanto gana uno lo pierda, exacto, el otro. Nada, en política, se resuelve beneficiosamente para todos. La jerga del «ni vencedores ni vencidos», encubre mal la arrogancia del que ganó. Las treguas escenifican eso.
En esta que acabó ayer, dos contendientes han desplegado, en la penumbra, su estrategia sobre un doble tablero: el militar y el político. Cerrada la larga partida de casi tres años, es hora de hacer balance. Sin que la pasión nuble la percepción limpia de lo pasado.
ETA necesitaba la tregua en 2004. Por razones logístico-militares, tanto cuanto políticas. Nunca había sido tan zarandeada como lo fue en los últimos cuatro años de Aznar. Sin una sola concesión, además, al crimen de Estado que pudrió a González. Policialmente muy infiltrada, la organización había visto caer comandos en cascada; había visto, sobre todo, abrirse la sospecha de que la fuente policial tenía que provenir del vértice de su grupo dirigente. Cuando una organización clandestina llega a ese grado de sospecha interna, sabe que sólo hay dos caminos: disolver, o recomponer la red desde cero y con criterios nuevos. El paréntesis de una tregua larga es imprescindible para eso. Tres años después, no hay un solo mando policial que no reconozca el pleno éxito con que ha sido consumada esa tarea. De la casi transparencia de inicio de 2004, ETA ha pasado a ser, de nuevo, por completo opaca. E imprevisible.
La necesidad de la tregua no era menor en lo político. El pacto de Estado entre PP y PSOE -aun cuando, en la práctica, violado por el segundo desde su origen- daba cobertura fiable a una ciudadanía vasca en trance de oponer batalla pública al independentismo en el País Vasco; y aun al nacionalismo clásico. A duras penas si el PNV había logrado mantener su poder en las anteriores autonómicas. De prolongarse la tendencia, el vuelco electoral -el primero en un cuarto de siglo- pasaba a ser verosímil. Sus consecuencias, inaceptables. También aquí, la tregua indujo beneficios óptimos. Legalizado el frente político abertzale, a través de ANV, quebrado el tejido social contrario al independentismo por los sucesivos golpes de la administración madrileña, el ascenso, tanto social cuanto electoral, de la opción ETA era previsible. Ha superado las expectativas. Hasta asustar a un PNV que empieza a comprender cómo, en el mapa que apunta, corresponde a ETA el papel de partido-Estado que los de Arzallus e Ibarreche han jugado desde la Constitución del 78.
Y lo que un contendiente gana, lo pierde el otro. Es la política. Al cabo de tres años, Zapatero ignora todo sobre la nueva ETA. Se ha quedado sin más aliado estratégico eficaz que el MLNV: particularmente en Navarra, en donde el movimiento decisivo se juega. Y por el MLNV ha sido abandonado ayer a su destino. Caída libre.