Discurso de Jose María Aznar en Washington
Lo reproduce esta mañana Libertad-Digital:
Discurso pronunciado en Washington D.C por José María Aznar en la cena de Gala Anual de los Premios Irving Kristol 2005 AEI.
La primera vez que me comentaron la posibilidad de estar aquí está noche, con ustedes, para presentar a mi amigo Mario Vargas Llosa, tengo que reconocer que me sentí extraordinariamente feliz.
En primer lugar, porque se trata de un acontecimiento organizado por el AEI. Y el AEI es el marco donde se cultivan y se promueven las ideas en las que creo, el lugar desde el que se difunden sin descanso. Hoy en día, ser liberal en España –liberal en el sentido europeo, no me malinterpreten– no es tarea fácil, y aún más difícil para un neoconservador. De ahí la importancia de contar con un faro intelectual lo suficientemente potente como para alumbrar estos tiempos oscuros que nos ha tocado vivir, especialmente al otro lado del Atlántico. Por ese motivo, estoy encantado de estar hoy aquí.
En segundo lugar, nos hemos reunido aquí esta noche para presentar una nueva edición de los Premios Irving Kristol. No tuve la oportunidad de conocer personalmente al Señor Kristol, aunque admiro su estatura intelectual. No obstante, sí que tengo el placer de conocer a su hijo, Bill. Le invité a tomar café un par de veces en mi despacho, cuando era Presidente, y después, cuando dejé el Gobierno, él me invitó a comer. Como ustedes saben muy bien, las asimetrías resultan inevitables cuando uno hace de la austeridad el núcleo de su política fiscal y presupuestaria. Por eso, gracias a la oportunidad que me han brindado para dirigirme a ustedes durante la ceremonia de entrega de los Premios Irving Kristol, puedo rendir un pequeño homenaje tanto a su persona como a su trabajo. Señor Kristol, puede estar seguro de que tiene muchos seguidores y amigos en España.
Y desde luego, me sentí muy feliz de poder presentar esta noche a mi gran amigo Mario. Mario Vargas Llosa es mucho más que un magnífico escritor. La víspera de las elecciones de 1996 –las primeras elecciones generales que gané– Mario se empeñó en llevarme al teatro para evadirme de las tensiones propias de ese día. Recuerdo que vimos La gata sobre el tejado de zinc caliente, de Tennessee Williams. Mario fue la primera persona a la que invité a mi residencia oficial después de jurar el cargo.
Puede que ustedes no sepan que Mario Vargas Llosa adoptó la ciudadanía española en 1993, pero todavía no se ha decidido a establecerse en Madrid, a pesar de todos mis esfuerzos. Una vez me dijo que, si quería seguir trabajando, no podría vivir en Madrid. “José María –me dijo– uno no puede vivir bajo una permanente tentación porque al final la tentación acaba seduciéndote permanentemente. Y vivir en Madrid es una tentación infinita, al tiempo que divina”. Le ofrecí la dirección del Instituto Cervantes, nuestra principal herramienta para promocionar el español, pero declinó la oferta amablemente. Estaba plenamente dedicado a su obra.
Resulta habitual hablar de escritores comprometidos, aunque no alcanzo a comprender por qué casi siempre se asocia a estas figuras con la izquierda. Mario Vargas Llosa demuestra que esa concepción es errónea. Es un hombre comprometido, pero que se opone absolutamente a la inclinación totalitaria de la izquierda. Está plenamente comprometido con la libertad y la dignidad individual. Y ese compromiso está siempre presente en sus trabajos de ficción, en sus artículos y ensayos, y lo que es más importante, en su vida. Mario no sólo crea mundos mágicos con sus palabras, también combate las ideas erróneas. Como Presidente de la Fundación Internacional para la Libertad, Mario libra una batalla constante en este campo, tratando de reforzar las instituciones democráticas, algo tan dolorosamente necesario en la Latinoamérica actual y una batalla que debemos continuar juntos para arrojar algo de luz en lugares como Venezuela.
Hans Magnus Ezensberger, el autor crítico alemán, dijo hace poco que la mayoría de los intelectuales no son ni inteligentes ni constituyen un ejemplo moral. Pero siempre hay una excepción. Creo que Mario Vargas Llosa es la excepción a esa regla, ya que es sumamente inteligente y un constante ejemplo moral.
En cualquier caso, no voy a cometer el error de revelar esta noche cuál de las obras de Mario es mi favorita, pero debo reconocer que una de las mejores es El pez en el agua, sus magníficas memorias. Me gustaría animar a todos ustedes a que después de la cena vayan a una librería a comprarlo. No tengo nada que ver con el editor, se lo prometo. Pero gracias a este libro podrán comprender la profunda responsabilidad de un hombre libre que defiende la libertad de todos nosotros.
El mundo de la literatura no es precisamente el más generoso, por decirlo suavemente. Pero considero una flagrante injusticia que todavía no le haya concedido el Premio Nobel a Mario. Esta noche queremos ofrecerle esta pequeña compensación. No obstante, espero que el jurado de Estocolmo rectifique este error histórico.
Permítanme concluir diciendo que para mí, como escritor, aunque de una clase bastante diferente, una especie de aprendiz, si lo prefieren, es un auténtico privilegio presentar y ceder la tarima a Mario Vargas Llosa, el magnífico escritor, la excelente persona y, por encima de todo, mi buen amigo.