Me pone España (F. Umbral)
Por Francisco Umbral
El Mundo
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El presidente de Cantabria, Miguel Angel Revilla, le ha dicho a Zapatero, al tiempo de jurar la bandera española: «Me pone España».
El señor Revilla ha adoptado esta frase como suya. La pronunció en el Debate de las Autonomías y la ha repetido en la Moncloa. Este brote de casticismo en la pronunciación de un verbo eterno, pero rejuvenecido, digamos que renueva la voluntad de tantos españoles por seguir siéndolo. Entre la juventud se dice «me pone esa chica», «me pone Bisbal», y en este plan casta. El síntoma no es alarmante ni mucho menos. Quiere decirse que un presidente de comunidad lleva dentro toda España, y por eso no comprendemos a los presidentes a quienes les pone Lleida, el Bloque Galego, el Anís de la Asturiana o la Crema Catalana.
Y no porque estas cosas y tantas otras sean algo ajeno a España, sino, muy al contrario, porque son España misma. Cuando se alude a España, últimamente, parece que estamos hablando de una casa de citas, de un lupanar, de lazarillos, de una majada de perros perdidos sin collar o de unos picardeados que hubo en Tormes y que, sin saberlo, también estaban muñendo España. Pero no.
Este viejo país plural en hurgamanderas, ciegos y lazarillos que no lazarean nada de provecho, es una consecuencia de la apertura imaginativa y vivacidad del pueblo, por un lado, y de la bravura de los nobles y acreditados, por otro. Trabajaban por separado, pero lo hicieron muy bien y, gracias a ellos hoy podemos decir «España me pone». Cuando nos hacemos turistas en nuestra tierra, de la mano callosa y dibujante de Peridis, encontramos que cada pueblo del camino es nuestro pueblo natal, pues en todos nacimos a España o nos nació cuerpo a cuerpo, porque los ennavajados del Quijote, de Velázquez o Goya no parece que estén peleando de verdad sino que les hemos cogido en el momento de la reconciliación, el manteamiento y la fiesta.
La cosa empezó en este secarral cuando un cierto don Favila y una incierta doña Urraca empezaron a hacer manitas en todas las almenas de Castilla. España pudo malograrse cuando Calixto se mata cayendo del lecho nupcial de Melibea, tapia abajo. ¿Por qué el mozo y la moza se amaban al esconderite siendo ambos jóvenes, asolterados y de gran posición? La respuesta habitual, y que damos por buena, es que Calixto era judío. A mí Melibea me pone, como España al señor Revilla, presidente de una montuosidad fronteriza donde también arranca España con un espejo confuso en la mano como una mala mujer. Vengamos al siglo XIII, primer misterio del Renacimiento. Ahí está un mojón, una millenta que se llama España.
Por algo será.España es la picaresca y la teología. Los soberanistas que reclaman España con otro nombre son pícaros en teología. Los místicos son los pícaros teologales. Santa Teresa, San Juan. Pero la Santa Teresa de Bernini y el San Juan que se sabía García Lorca. No hay muchas explicaciones racionales para España. El señor Revilla nos ofrece una actualizada, apasionada y castiza. «A mí España es que me pone».