El Catedrático de Ciencias Políticas y Miembro de número de la Real Academia de Ciencias Políticas y Morales, D. Negro, autor del interesante libro recién publicado "Lo que debe Europa al Cristianismo" (Unión Editorial) ha publicado un artículo en Cuadernos de Encuentro, que reproduzco a continuación.
Defensa del Sr. Rodríguez Zapatero
El Sr. Rodríguez Zapatero y su equitativo gobierno, un modelo a imitar destinado a formalizarse constitucionalmente por doquiera, se ha convertido empero para muchos en un signo de contradicción y motivo de preocupación. ¿Qué está pasando en España?, se preguntan inquietos. ¿Se trata sólo de un episodio, de una segunda parte de la llamada transición a la Monarquía, del final del régimen establecido por decisión de Franco después de su muerte?
Para algunos, no es, efectivamente, más que un episodio susceptible de ser comentado o novelado por un Valle Inclán, un Baroja, un Pérez Galdós. Pero, el notable descenso cultural, no compensado por el número en aumento de los escritores y los premios literarios, no facilita la aparición de un literato como aquellos.
¿Quedará todo en una anécdota pasajera si el Sr. Rodríguez Zapatero no consigue agotar su mandato? No es pensable, aunque digan espíritus débiles no mal intencionados, que ni España ni su entorno podrán soportar una destructividad infantil semejante a la manifestada en apenas seis meses. Pero la historia está llena de sorpresas y por eso decía Ortega que era divertida. Por lo pronto, en lo que concierne al infantilismo, hay que tener en cuenta para entenderlo, que el Sr. Rodríguez Zapatero (en adelante, con el mayor respeto Sr. RZ) pertenece al partido cuyo lema de gobierno en arrière pensée, su principio diría un lebniziano, reveló y enunció con la sinceridad que le honra y la donosura que le adorna don Alfonso Guerra, un hombre con gracia, facilidad de palabra y, sobre todo, cultísimo: “Hacer que a España no la reconozca ni la madre que la parió”.
Una frase digna de haberla escrito Cervantes durante sus vacaciones en Argelia, de cuya gran obra se va a celebrar el centenario, impulsado precisamente por el propio Sr. RZ, que debe sabérsela de memoria.
La frase es una feliz síntesis profunda y entrañable para explicar en qué consiste la “modernización”, tan necesaria en un país cuya historia es de las más vergonzosas de la humanidad. Y no se puede negar que el partido socialista, el elemento principal de la transición –por la necesidad de que gobernase para asegurar a la Monarquía haciéndola socialdemócrata-, ha conseguido bastante al respecto, ciertamente con la colaboración de sus rivales políticos. Pero aún queda mucho por hacer, lo que explica lo de la destructividad. Cuando una casa está en ruinas, hay que derribar los escombros para poder construir otra nueva.
Así pues, el papel del Sr. RZ y sus correligionarios, ayudados por la Providencia disfrazada de Al Qaeda o quien fuese, consistiría en profundizar y dar remate al interesante programa revelado por el Sr. Guerra, a fin de consolidar definitivamente la transición y la Monarquía.
Hay quiénes juzgan su política como la de un resentido que odia a España. Es un malentendido.
Consolidar la transición desnacionalizando a España y laicizándola es una exigencia de los tiempos que, hasta hora, la prudencia política había aconsejado posponer. En España, el sentimiento de la nación ha ido siempre unido a la religión, al primitivismo, y, por consiguiente, hay que decir las cosas claras, a la opresión, lo que explica el escepticismo del Sr. RZ sobre el significado de esa palabra. Una prueba es que en regiones antes notables por su catolicismo como Cataluña y el País Vasco, el nacionalismo laico, apoyado con entusiasmo por la parte más combativa, ilustrada y auténticamente cristiana del clero, ha desalojado a la religión tradicional. Ahora son modelos de libertades y progreso.
Azaña se equivocó al anunciar antes de tiempo que España había dejado de ser católica, como lo probaron los acontecimientos posteriores. Maduras ya las cosas gracias a la transición -sólo se le podría reprochar al Sr. RZ que no reconozca cuánto ha colaborado la Iglesia en la tarea-, el extender esa posibilidad modernizadora al resto de España, parece uno de sus propósitos, lo que explica y justifica su muy criticada complacencia con los nacionalistas. El mismo decrecimiento de la natalidad en estos años de transición, en el que van en cabeza esas regiones, constituye otra prueba de su acierto: si no nacen españoles se acabará la vieja España; y será más fácil educar a los pocos que nazcan en los nuevos valores para construir un hombre nuevo, un español nuevo, una España nueva, libre de prejuicios ancestrales y, a partir de ahí –es asombrosa la amplitud de miras del Sr. RZ- una nueva civilización mundial guiada por España, que rectificaría así sus pasados errores en relación con Europa y la humanidad entera. Algunos de ellos los señalan con frecuencia el propio Sr. RZ o sus ministros émulos del progresista Augusto Comte, al que sin duda, conocen muy bien, quien llegó a seleccionar los libros que debían ser conservados en la fase definitiva de la humanidad.
Incluso se explica por esa pasión, la única que le mueve, de renovar radicalmente a España, su simpatía por la religión islámica, que, secundado con entusiasmo por sus ministros y ministras, se propone difundir a través de la educación: sabe muy bien que el islam, palabra que significa sumisión, es una religión unos seiscientos años posterior al cristianismo, bastantes más si se le compara con el judaísmo. Por consiguiente es una religión mucho más moderna; son seis siglos menos. Y, como también es notorio, el islam tomó de aquellas sólo lo verdaderamente moderno, ilustrado, progresista. Únicamente se echa de menos a este respecto que, en su afán de renovar la caduca concepción judeocristiana de la familia, quizá por cortesía hacia sus ministras, aunque en este caso, para contentarlas, al menos psicológicamente, bien podría autorizar la poliandria.
En lo que concierne a la Monarquía, esta institución ha sido, como reconocen todos salvo los escépticos que nunca faltan, la clave de la transición al transmitir seguridad, precisamente a los escépticos, cuyas inquietudes se calmaron al darse cuenta de que era la impulsora, el motor de los cambios. Se ha presentado de hecho como Restauración. Y es verdad; es la tercera en dos siglos, no la segunda como se dice equivocadamente, y la tercera tiene que ser la definitiva. Frente a las sospechas de franquismo por haber sido Franco quien la impuso e ideó la transición, era necesario. El franquismo, según los numerosos historiadores veraces, generosamente financiados en muchos casos con fondos públicos para garantizar su independencia, dedicados a la desagradable tarea de desmontar los tópicos de la propaganda de aquel infausto período, había arruinado al país desindustrializándolo, aniquiló a las clases medias, garantía social de la estabilidad de una nación, se inventó un falso nacionalismo y lo rebajó moralmente. Y para el franquismo, como garantía de continuidad, la Monarquía tenía que ser una Instauración que heredase sus principios. Sin la Monarquía, seguramente hubieran resultado inviables la transición y la democracia y continuaría el franquismo por la natural resistencia inercial del pueblo, al menos en comparación a como se ha hecho.
El pueblo nunca sabe racionalmente qué le conviene, pero sí, por instinto, a quien debe obedecer y seguir; por eso el pueblo era y es todavía muy monárquico. La denostada UCD, nutrida de exfranquistas, fue un instrumento sutil y genial. Ahora, según las encuestas, la Monarquía es la institución más valorada. El que deba su existencia a la voluntad de Franco, un hombre, y no a la divinidad como las otras Monarquías europeas, que siguen siéndolo por la gracia de Dios, constituye una prueba metafísica contrario sensu de su modernidad en contraste con aquellas. El uso que está haciendo de esta institución el gobierno del Sr. RZ, demuestra su cordial aquiescencia a su obra, lo que hace de ella, en tanto conocedora de los arcana imperii, una sólida garantía de los benéficos propósitos de la perestroika que se propone llevar a cabo el Sr. RZ, el primer jefe de gobierno europeo dispuesto a imitar el éxito del Sr. Gorbatschov.
Eso debiera tranquilizar a los escépticos que han vuelto a levantar cabeza. Por ejemplo, si España se dividiera en nacionalidades más o menos independientes, como una especie de Estados o semi Estados, no sólo se habría profundizado (una de la palabras más técnicas y expresivas del vocabulario político actual) definitivamente el proceso autonómico, un gran acierto lo de las autonomías tal como se han plasmado, sino que esta Monarquía podría desempeñar un papel de gran contenido del que adolecen las demás, al asegurar la unidad de los ciudadanos españoles desempeñando la función ultramoderna de relaciones públicas o coordinadora permanente entre los estadículos. La ciudadanía común reemplazaría a la nacionalidad.
El gobierno del Sr. RZ sólo puede resultar sorprendente a los espíritus pacatos. Su secreto parece consistir en que, educado por razón de edad en la época de la transición, tanto su talante como sus ideas pertenecen ya a la misma. Y, a juzgar por sus actos, durante los largos años en sede parlamentaria sin intervenir en los debates, da la impresión que aprovechó el tiempo que hubo de permanecer en su asiento sin más interrupciones que las de pulsar un botón en las votaciones, para completar una sólida formación política –lo que él llama en plan intelectual la ciudadanía- entregándose a copiosas lecturas.
Por ejemplo, parece haber meditado el pensamiento del gran Maquiavelo, que aconsejaba a los príncipes nuevos fare da sé grande spettazione para ganar prestigio. Por su sentido del Estado, también parece haber meditado no menos hondamente el pensamiento del Hobbes, el gran teórico de la estatalidad. De él ha debido aprender el principio que trasciende modestamente a su talante y aplica continuamente: auctoritas non veritas facit legem.
En público, ha citado familiarmente, como a un viejo conocido, a Tocqueville, el pensador que ha penetrado más profundamente el espíritu de la democracia. En fin, apenas se echa de menos alguna cita del gran Lenin, autor de frases y dichos que inspiran sin duda al político español, que, por una frustrante jugada del destino, llevada, no obstante, con dignidad, probablemente, preferiría ser francés en vez de leonés.
Para salir al paso de algunas críticas mal intencionadas, debiera citar y recomendar a sus numerosos admiradores en el momento adecuado las obras, no demasiado largas, del gran Vladimir Illich Ulianov, Un paso adelante, dos pasos atrás, El “izquierdismo” la enfermedad infantil del socialismo (en realidad es del comunismo pero para el caso da igual; a estas alturas ni el Sr. Llamazares se dará cuenta) y ¿Qué hacer?
El Sr. RZ ha debido adquirir asimismo en sede parlamentaria su insólita capacidad para ensimismarse abstrayéndose de la realidad, representada en ese lugar bajo la forma de discursos farragosos.
Todo ello y, por supuesto sus principios, permite entender muy bien que, aunque el oficio del político consiste esencialmente en encauzar los conflictos, el Sr. RZ, situándose en el plano superior del hombre de Estado, los crea. El Sr. Chávez, un gran historiador frustrado por su pasión política inspirada en el amor bolivariano a su pueblo, le saludó recientemente con gran atino como un revolucionario. El Sr. RZ hace lo que tiene que hacer para corregir el abandono o las desviaciones, por otra parte normales según es la política corriente, de aquella idea clave de la transición consistente en renovar España desde la raíz.
Esta es la sustancia de su peculiar talante, palabra que pusiera en circulación hace tiempo J. L. L. Aranguren y cuya revalorización por el Sr. RZ evidencia que su cultura filológica y filosófica no desmerece de la política.
El mero político ha de ser paciente y si acaso astuto: el hombre de Estado ha de poseer además en grado superlativo la virtud de la fortaleza. Y el Sr. RZ, que ha sido muy paciente durante largos años en los que ha estado sumido en el silencio dedicado al estudio y la meditacion como si presintiese su alto destino, está mostrando un gran valor. Se ve muy bien en lo que concierne a la política exterior, en la que, no obstante, hay que reconocer, para ser justos, que cuenta con la ayuda excepcional de su ministro de Asuntos Exteriores, el Sr. Moratinos, un político audaz de no menor categoría y por eso mismo también bastante incomprendido: el Sr. RZ no ha dudado desde el primer momento en enfrentarse casi al mundo entero para pacificarlo.
Y su idea de una alianza entre civilizaciones es sencillamente genial; debería estudiarse obligatoriamente en la proyectada asignatura sobre la ciudadanía. Prueba un asombroso conocimiento de la realidad y una enorme capacidad para intuir lo necesario, a la vez que una habilidad y un coraje no menos estupefacientes.
Si la decadente España del siglo XVII, en vez de tantos arbitristas hubiese tenido un sólo político tan avisado y sagaz como el Sr. RZ con unos colaboradores –y colaboradoras, aunque fuese por cuota, si bien el machismo de la época no lo concebiría- a su altura, igual que ahora, seguiría siendo un Imperio y su tarea pacificadora hubiera consistido en disolverlo dando un ejemplo –los ejemplos arrastran, sobre todo en política- para bien de los países del Imperio y de la humanidad entera. No siendo este el caso por absurdas razones cronológicas, se entrega, entre la incomprensión general, incluyendo la de países –no todos, por ejemplo Marruecos-, que debieran sentirse agradecidos y contentos, a la ingrata tarea de disolver España, un país con algunos valores pero muy anticuado, para rehacerla en la forma de un nuevo Imperio para el que seguramente cuenta el Sr. RZ que el rey aceptaría ser Emperador de las naciones o nacionalidades, cuestión de palabras, de las prehistóricas regiones españolas. A juzgar por sus actos y su retórica –la retórica es la lógica del la política- tales pueden ser los designios del Sr. RZ, nada fáciles de comprender por la gente vulgar.
Su política no es, pues, una cuestión de resentimiento ni de odio a España y a su historia, como piensan espíritus mezquinos. Decía Ortega que un gran político, un auténtico hombre de Estado, precisamente por sentirse moralmente obligado a hacer lo que tiene que hacer, no se detiene a explicar lo que está haciendo sino que lo hace. En esto radica en la práctica el talante de un político de raza, expresión que, por supuesto, no se emplea aquí en sentido racista. Movido weberiamente al mismo tiempo por la ética de la responsabilidad histórica y la de la convicción, el Sr. RZ está empeñado en la difícil tarea de situar a España al nivel de los tiempos y adelantarse a los demás países.
¿Conlleva la política del Sr. RZ el riesgo de ser, más que una nueva etapa de la transición después del intervalo-tregua del aznarismo franquista, la del final del régimen, el agotamiento de su ciclo, que ya habría dado de sí todas sus posibilidades, como empieza a decir gente dada a la especulación? En política, por muy pacifico que se sea siempre hay riesgos, imprevistos, incertidumbres, sorpresas. Pero el Sr. RZ está prevenido: sabe muy bien, que según su sumo maestro Maquiavelo, en política, el cincuenta por ciento del éxito depende del azar, de la diosa fortuna. Y él ya tiene suficientemente acreditado el valor, la virtud propia del príncipe, en este caso la suya, y el valor puede seducir o dominar a la fortuna, que es mujer, violentándola (a decir verdad, Maquiavelo era algo machista, pero en este caso sólo quería hacer una metáfora, por lo que la cita es pertinente), a lo que obedece, sin duda, gran parte de lo que hace.
Su valor no es temeridad, imprudencia. La prudencia es la virtud más necesaria en un gobernante desde el punto de vista del bien del pueblo. Y en su caso, por ejemplo cuando se le reprocha la súbita retirada de Iraq o la invitación al mundo entero en Túnez a dejar sólos allí a los norteamericanos, o su supuesto desprecio a la bandera norteamericana que, dada su exquisita cortesía coherente con su talante, no pudo ser más que un lapsus, una distracción de sabio, y otras actitudes semejantes, se olvida que bastante antes de tener que aceptar la pesada carga de dirigir la nave del Estado, avisó de que el antinorteamericanismo y el pacifismo son sus dos grandes principios políticos. Y coherentemente, una vez líder de una nación, por otra parte tan poderosa como España –basta pensar en su ejército-, cumplió lo que había advertido. Esto no es imprudencia sino hacer honor a la palabra dada. Por lo demás, el Sr. RZ ha dado abundantes muestras de su prudencia.
Por ejemplo, en sus relaciones con la Iglesia no se sabe si admirar más su paciencia o su buena fe. Él es un laico laicista convencido, y honrándose así mismo, en otra prueba de valor no reñida con la prudencia como corresponde a un verdadero Staatsmann a lo Bismarck, aunque la nación sea mayoritariamente católica siente el deber de imponerle su mejor criterio como diría el gran Burke. Dada su erudición, seguro que aprendió en Rousseau la paradoja de la libertad: quien discrepa de la voluntad general, de la que él, el Sr. RZ, es naturalmente el portavoz, no sabe lo que hace, constituyendo un deber moral y una obligación política y jurídica obligarle a ser libre. Después de todo, la política es, en su dimensión moral, pedagogía, como habrá aprendido en sus meditadas lecturas de Platón durante las aburridas sesiones parlamentarias, por no mencionar a autores más modernos que conocerá tan bien como a aquel.
Es el caso de la Iglesia, anquilosada, “casposa” como dijo agudamente uno de sus sabios consejeros y hombre de su confianza, y de los católicos que todavía le hacen caso, empeñados una y otros en rechazar la neutralidad laicista en la que, ofuscados, creen ver una religión nihilista sin darse cuenta que no es más que normalización de la modernidad. Estando en la oposición, ya diagnosticó ingeniosamente el Sr. RZ, que lo que necesita España es “más gimnasia y menos religión”. Una vez en el poder, ha enviado prudentemente a la Iglesia y a los católicos muchos recados, y, seguramente, aún les enviará más para que recapaciten. Si no le hicieran caso y no aceptasen el aborto, la eutanasia, el divorcio sin más o el matrimonio entre homosexuales, esas grandes conquistas sociales del siglo, pondrían al Sr. RZ, en el trance de tener que imponerlas con todo respeto pero con la energía que debe tener un gobernante. En caso de conflicto, no será él, ciertamente, el responsable. Lo está siendo esa institución retrógrada y reaccionaria que, con el pretexto de que le corresponde custodiar la verdad y defender la civilización tiene esclavizados a sus fieles, impidiéndoles aceptar la verdad histórica fielmente representada por el Sr. RZ.
Tras estas consideraciones inevitablemente breves, sólo cabe desearle éxito al Sr. RZ y animarle a que lleve a cabo sin timidez, aunque ciertamente no es lo suyo, sus grandes ideas y proyectos políticos. Se lo merecen España y los españoles, el mundo entero, que se lo agradecerán. El Señor le recompensará por sus desvelos.
Cuadernos de Encuentro. Nº 79 (invierno 2004).