Confesiones de un ancap
"Soy ancap y todavía no he podido ver desarrolladas mis dogmáticas teorías anarquistas más que en el laboratorio de la Universidad.
En mi utopía no existe el Estado, sólo Dios y el hombre. Bueno, también el Gran Interventor que me dice lo que tengo que hacer. Creo en la libertad pero no en la responsabilidad, que es una coactiva imposición del Estado. Bueno, lo cierto es que en mi mundo perfecto todo se desarrollaría armónicamente según el derecho natural, y, la delincuencia, las guerras y el mal se habrían erradicado definitivamente por la gracia divina. Todo el mundo podría actuar libremente; eso sí, siempre y cuando se sometiera a dichas normas naturales, que dictaría, o propiamente dicho interpretaría, el Gran Interventor (o sea Monseñor H.S.). Las democracias son dañinas por naturaleza porque encorsetan al individuo, y si no, que se lo pregunten a Hoppe, adalid de las "libertades naturales" y abogado de la umma medieval.
Por cierto, a pesar de que el gran maestro Rothbard -y difunto amigo de Huerta de Soto- considera al nasciturus un invasor del cuerpo de la mujer -(sorprendente, como Simone de Beauvoir)- al que se puede expulsar libremente, mi ardiente fe cristiana me impide sostener esta ética supuestamente liberal. Tampoco estoy muy conforme con mi amigo y maestre paleoliberal Jorge Valín en relación con los positivos efectos de la prostitución infantil, quizás sea algo extremo. Es, sin duda, contraproducente para la causa."
N.B.: No te quedes en las definiciones, pregúntate siempre, como hacía Hanna Harendt, ¿y en tu mundo ideal, quién es el amo y quiénes los siervos?
En mi utopía no existe el Estado, sólo Dios y el hombre. Bueno, también el Gran Interventor que me dice lo que tengo que hacer. Creo en la libertad pero no en la responsabilidad, que es una coactiva imposición del Estado. Bueno, lo cierto es que en mi mundo perfecto todo se desarrollaría armónicamente según el derecho natural, y, la delincuencia, las guerras y el mal se habrían erradicado definitivamente por la gracia divina. Todo el mundo podría actuar libremente; eso sí, siempre y cuando se sometiera a dichas normas naturales, que dictaría, o propiamente dicho interpretaría, el Gran Interventor (o sea Monseñor H.S.). Las democracias son dañinas por naturaleza porque encorsetan al individuo, y si no, que se lo pregunten a Hoppe, adalid de las "libertades naturales" y abogado de la umma medieval.
Por cierto, a pesar de que el gran maestro Rothbard -y difunto amigo de Huerta de Soto- considera al nasciturus un invasor del cuerpo de la mujer -(sorprendente, como Simone de Beauvoir)- al que se puede expulsar libremente, mi ardiente fe cristiana me impide sostener esta ética supuestamente liberal. Tampoco estoy muy conforme con mi amigo y maestre paleoliberal Jorge Valín en relación con los positivos efectos de la prostitución infantil, quizás sea algo extremo. Es, sin duda, contraproducente para la causa."
N.B.: No te quedes en las definiciones, pregúntate siempre, como hacía Hanna Harendt, ¿y en tu mundo ideal, quién es el amo y quiénes los siervos?