"Creo que en cualquier época yo habría amado la libertad, pero en los tiempos que corren me inclino a adorarla" (Alexis de Tocqueville)

martes, octubre 18, 2005

EL DETERMINISMO MARIANO




Escribe Alejandro Tagliavini, en el número 24 de la, digámoslo ¿por qué no?, genial revista La Ilustración Liberal, un ensayo titulado "El orden natural de la sociedad", que pone de manifiesto la simbiosis entre la escuela austriaca y los escolásticos españoles.

Entiende el citado autor que "existe un orden social que funcionará adecuadamente en tanto no sea interferido", se sobreentiende, por el Estado (rojo, con cuernos y rabo). Ese supuesto orden natural provendría de la divina providencia y, actuaría espontáneamente, determinando el futuro de la humanidad, que inevitablemente se dirige hacia la perfección. Como no podía ser menos el estado de perfección es anterior a la existencia del hombre, no en vano estos autores siguen las teorías esencialistas de Aristóteles. Ya Platón, precursor ejemplar del género filosófico-político utópico, pergeñaba ideas similares en relación con la naturaleza de las cosas y del hombre como partícipe de las Formas o Ideas primigenias. Recordemos el mito de la caverna. También en Aristóteles, del que se nutren los escolásticos, encontramos un esencialismo que le lleva a rebelarse contra la razón. Escolasticismo, misticismo y falta de fe en la razón son el resultado del esencialismo de Platón y Aristóteles.

Con posterioridad,
los escolásticos españoles del medioevo, en concreto a raíz de Santo Tomás, adoptaron las teorías aristotélicas como doctrina filosófica que justificaba la existencia de Dios, y del alma, en cuanto entelequia cercana a la Forma o Idea. Siguiendo a Aristóteles, nos cuenta G. H. Sabine en su magna obra "Historia de la Teoría Política", que Santo Tomás describía la sociedad como un cambio mutuo de servicios encaminados a la vida buena. Santo Tomás compara la fundación y gobierno de los estados, y, todas las obras humanas, a la providencia de Dios que crea y gobierna el mundo. El aristotelismo cristiano de Santo Tomás trató de construir un esquema racional de Dios, la naturaleza, y el hombre, en el que encajaban la sociedad y la autoridad civil, retratando las convicciones morales y religiosas de la cultura medieval.

Junto a los escolásticos españoles, hombres de su tiempo y cuyas aportaciones han contribuido sin duda a enriquecer la civilización occidental y las teorías del gobierno limitado, más cercana a nosotros en el tiempo, la escuela de Wittgenstein padece esta misma influencia esencialista y crítica con la razón. Shopenhauer definiría el comienzo de esta nueva era contemporánea de escepticismo racional, representada por el idealismo germánico de Schiller o Fichte, como la "edad de la deshonestidad": "El sentido de la honestidad, ese sentido de empresa y de indagación que impregna las obras de todos los filósofos anteriores, falta aquí por completo. Cada página es testimonio de que estos pretendidos filósofos no se proponen enseñar sino hechizar al lector". Ya advertía Ramsay que "el principal peligro para nuestra filosofía, aparte de la pereza y la nebulosidad, es el escolasticismo...que trata lo vago como si fuera preciso...".

Para Tagliviani toda intervención coercitiva es contraria al orden natural. Cualquier intento de interferir en las acciones humanas, del tipo que sean, pervierte el inevitable avance hacia la perfección. De esta manera, impedir o perseguir coactivamente la comisión de un crimen es contraproducente porque retrasaría el normal desarrollo de la naturaleza hacia ese estado de beatífica perfección. Las leyes del cosmos regulan espontáneamente la producción del bien que a la postre sofocaría, no tanto el mal cuya existencia niega, sino la distorsión momentánea de la Idea del bien. Tras este determinismo teleológico en perpetuo movimiento hacia el bien, al que se refiere Tagliviani, observamos asimismo las teorías de Heráclito, para el que el todo fluye bajo la inexorable ley del destino. Son los predecesores del historicismo contemporáneo. Hegel, maestro de la lógica, inventor de la dialéctica, marcó sin duda el comienzo de lo que Shopenhauer denominaría la "edad de la deshonestidad" y de la "irresponsabilidad". Sin duda, origen del relativismo moral moderno.

Contrariamente a Platón que situaba al Estado -la República- por encima de los hombres, único capaz de aprehender la perfección, anulando así su libertad, los depositarios de este nuevo mesianimo sofocrático son los intérpretes de la autoridad de Dios, únicos capaces de aprehender el orden natural de la sociedad. Para ellos el Estado es nocivo, puesto que distorsiona y limita la influencia de los hechiceros de la tribu. La razón, que brilló en el Siglo de las Luces, se apaga finalmente oscurecida por la penumbra del determinismo hegeliano. A partir de entonces los -ismos (idealismo, marxismo, fascismo, nacionalismo, fundamentalismo islámico...) van a secuestrar el siglo XX para apoderarse de la razón humana y apartar al hombre de su modesto afán por componer un mundo mejor.

Al escolasticismo se unió Rothbard, para darle su enfoque de mercado, de mercado natural obviamente, que se convierte así en el nuevo tótem de toda acción humana. El orden económico es intrínseco a la naturaleza y por tanto no puede verse interferido por la aviesa mano del hombre (a través de las instituciones). La economía como ciencia social deja paso a La Economía como ley cosmogónica que regula el universo. La mano invisible de Adam Smith abre la ventana de una nueva dimensión holística en dónde reina el mercado natural. Como sugiere Tagliviani, "resulta claro que el escocés no lo entendióen su plenitud". Es el nuevo aldabonazo de la filosofía oracular.

Comienza a ser preocupante la extensión de este híbrido "austrolástico", que se alimenta de mitos y Mesías, para erigirse en los nuevos popes del "liberalismo clásico". En realidad, si sustituimos la razón y la verdad (nótese las minúsculas) por el sueño celestial del paraíso perdido destruimos todo lo que es humano. "No existe el retorno a un estado armonioso de la naturaleza. Si damos vuelta, tendremos que recorrer todo el camino de nuevo y retornar a las bestias", nos dice Popper. El hombre debe avanzar hacia lo desconocido, lo incierto, lo inestable, con ayuda de la razón que seamos capaces de atesorar con el fin de acariciar la seguridad y la libertad a la que aspiramos.

Sin duda, estas ideas escolásticas remozadas, en su intento de moralizar la sociedad, son una respuesta al relativismo de valores imperante en nuestros días. Aunque, para ello, sin duda, participan del discurso relativista con objeto de destruir aquellos "sistema de valores que no son naturales". Quizá, sólo pretendan llamar la atención sobre el exceso de confianza en el hombre y la ciencia, que le ha llevado, desde una óptica progresista, a convertirse en un pequeño dios omnipotente. No niego que el hombre está movido no sólo por su razón, sino en muchas ocasiones por impulsos de la naturaleza, cuyo control resulta incluso, muchas veces, contraproducente y distorsiona la realidad. No obstante, precisamente es en la búsqueda del equilibrio entre lo natural y lo artificial en dónde podemos hallar lo razonable, lo humano, lo ético. No existe por tanto un orden social natural que determina la acción del hombre, como afirma el autor del artículo reseñado, sino que es el hombre quien debe responsabilizarse de construirlo, tratando de buscar ese orden capaz de contribuir a sostener y abrillantar los pilares de la civilización y de la humanidad. Como se dice en el retrato, que José María Marco dibuja magistralmente, del inimitable Raymond Aron, en este mismo número de la Ilustración Liberal, para Aron la escuela austriaca está plagada de utópicos.



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