UE: Discurso íntegro de Mariano Rajoy ante el Congreso de los Diputados
Fuente: Libertad Digital
“He sentido vergüenza”. Con estas palabras definió sus sentimientos el presidente en ejercicio del Consejo europeo y primer ministro de Luxemburgo Jean Claude Junker al constatar el estrepitoso fracaso de la Cumbre de Bruselas celebrada la semana pasada. Comparto sus palabras: la actitud del Consejo Europeo ha sido exactamente la opuesta de la que requería el momento y de lo que exigían los ciudadanos europeos.
Estamos ante una cumbre que no ha cubierto ni uno sólo de sus objetivos, que ha puesto al descubierto muy graves contradicciones y sobre la que cualquier comentario positivo queda fuera de lugar. El Consejo Europeo ha sido un chasco para la Constitución, para el Presupuesto, para la ampliación, para el proyecto europeo en su conjunto... y también para España.
Conviene, señorías, que llamemos a las cosas por su nombre porque si no somos capaces de acertar en el diagnóstico, no será posible que apliquemos un remedio eficaz. No piense su señoría que le estoy atribuyendo alguna responsabilidad. No podría. Nada de lo ocurrido durante la cumbre responde a la influencia de su señoría: ni para bien ni para mal. A todos los efectos, su presencia en el Consejo ha sido absolutamente irrelevante. Nada habría cambiado aunque usted no hubiera ido. Probablemente, de no ser por la foto, ni se notaría su ausencia.
Se lo digo con toda cordialidad porque me he propuesto no elevar el tono. No quiero, de ninguna manera, que el fiscal general del Gobierno pueda imputarme “actitudes vociferantes sospechosas”.
Ni siquiera en los días previos a la cumbre se apreció actividad alguna por parte de usted. Los jefes de Gobierno influyentes iban y venían, se visitaban, hablaban... Todos estaban en movimiento. A usted no le llamó nadie. No se contó con usted para nada. ¿Sabe su señoría que esto no había pasado nunca con los presidentes de gobierno españoles?
Las cosas no cambiaron al llegar a Bruselas. Hemos oído hablar del cheque británico, de la agricultura francesa, de la cólera holandesa, y de la protesta alemana... Pero no hemos oído, durante tres días, ni una palabra del caso español. Como si no hubiera caso español. Hemos visto que la gente trajinaba, entraba, salía, defendía con absoluta determinación sus intereses. Para saber algo de usted ha tenido que contárnoslo usted mismo en una rueda de prensa. ¿Y qué nos dijo? Que había ofrecido diálogo y talante.
Ni usted se reunió con nadie ni nadie echó en falta su compañía. Ha establecido usted un modelo de asistencia a las cumbres que, a poco que insista se bautizará con su nombre: bastará decir que alguien acude a una reunión al estilo Zapatero para que todos entendamos qué se quiere significar. Yo sé que este no es un terreno atractivo para su señoría. Le falta experiencia, preparación, convicciones y, seguramente, carácter. Pero el caso es que, con preparación o sin ella, es usted el Presidente del Gobierno y está obligado a defender los intereses de los españoles, al menos a intentarlo.
Seguramente, quienes le eligieron no estaban pensando en estas cosas sino en otras alegres camaraderías, pero esta es su responsabilidad más importante como presidente del Gobierno y no puede usted sustraerse a ella.
Esta cumbre, señorías, era importante por su objeto: el reparto de las cargas y del gasto comunitario, pero había cobrado una importancia adicional después del rechazo de Francia y Holanda a la Constitución.
Pues bien, el Consejo no ha sabido resolver ni un problema ni otro. Al contrario: nos ha dejado un sabor de crisis total, de incapacidad para seguir avanzando en las actuales condiciones, de final de etapa, de necesidad de revisar todas las bases en que se sustenta el proyecto europeo. Estamos, como ya se ha comentado, ante una crisis sin parangón en los cincuenta años de historia de la Unión Europea.
Por lo que se refiere a la Constitución, las cosas son mucho más serias de lo que usted les cuenta a los españoles e incluso de lo que su señoría imagina. A la Constitución, nos guste o no nos guste, - y a mi no me gusta- la han dejado ustedes para el arrastre tras la Cumbre de Bruselas.
Usted se niega a verlo porque su vanidad no se lo permite, pero es una realidad inexorable. El proceso de ratificación continúa, por supuesto. Nadie quiere asumir el papel de ejecutor ni menospreciar a quienes ya la hemos votado. Pero la han retirado de sus calendarios el Reino Unido, la República Checa, Portugal y Dinamarca. Finlandia y Suecia ni siquiera se proponen llevarla al Parlamento.
El proceso de ratificación «continúa», sí, pero «suspendido», que es la manera delicada de expresar que ha ingresado en la antesala del silencio y del olvido. Continúa, sí, pero sin planes, sin plazos, sin límites, sin fecha, es decir, sine die. Está tan viva la Constitución que la han dejado sobre la mesa para que se oree durante un año.
Vista la influencia que usted disfruta en la Unión y lo que se reclaman y respetan sus opiniones, debemos reconocer que hicimos muy bien los españoles en adelantarnos para dar buen ejemplo a los socialistas franceses. De no ser por nuestro buen ejemplo no sé qué hubiera sido de Europa y de su Constitución. Su señoría tenía mucha prisa, como si fuera el padrino de la criatura. Ahora me recuerda usted a esos conductores irreflexivos que compiten por llegar los primeros a la cola del atasco. ¿Se ha fijado usted en la cara que se les queda? La misma que tenemos ahora los españoles. Íbamos a ser abanderados en Europa y nos hemos quedado solos con una bandera que no se sabe para qué sirve y que ya no quiere casi nadie.
No me interprete mal. No me arrepiento de nada. En mi partido cumplimos con nuestras convicciones al votar sí y al pedir que se votara sí, gracias a lo cual el referéndum sobre la Constitución salió adelante en España. Nosotros actuamos responsablemente guiados por el interés de España y de Europa. Las prisas las puso usted solito por pura vanidad. Por lo que hemos visto después no había tanta prisa.
Lo que sí le aseguro es que, en lo que de nosotros dependa, el proyecto europeo continuará y Europa seguirá adelante. Hemos vivido hasta hoy sin Constitución y podemos seguir sin ella una temporada más. Al menos, hasta que el panorama se despeje y hayamos asimilado como es debido esta ampliación a veinticinco que, por lo visto, no hemos acabado de digerir.
Sr. Presidente. Respecto a la Constitución Europea sólo quiero hacer una advertencia. Nuestro Grupo no admitirá que para solucionar este bloqueo se opte por aprobar el único elemento que perjudica a nuestro país en el texto constitucional: la pérdida de peso de España en el sistema de voto en el Consejo. Hemos pasado por ello una vez pero no pasaremos dos veces. Requiero a su señoría para que dé garantías a esta Cámara de que vetará cualquier intento en este sentido.
Ha fracasado también el acuerdo presupuestario que era el objetivo principal de este Consejo.
Usted lo minimiza como si temiera que le responsabilicemos. Nada más lejos de nuestra intención. Tampoco en esto podemos culparle. Sé que estuvo usted en la cumbre pero me consta que no intervino en nada salvo sus balbuceos protocolarios en la votación final. ¿Cómo voy a culparle? No lo hago. Pero no defienda usted lo indefendible o tendré que pensar que su señoría no ha comprendido bien lo que ha ocurrido en Bruselas.
Para usted, según nos dijo, la razón del fracaso era que no se alcanzó un consenso mínimo, que es una expresión tan ilustrativa como decir que no fue posible el acuerdo porque estaban en desacuerdo. También nos ha dicho que los acuerdos no siempre salen a la primera, como si éste fuera un caso más de discrepancias en los prolegómenos de la discusión.
No, señoría. No se trata de que haya que afinar la negociación. El problema es más hondo y se refiere a las condiciones. En las actuales, no saldrá nunca. Hay cosas que funcionaban, mejor o peor, hasta la reciente ampliación, pero que ya no funcionan ni bien ni mal ni de ninguna manera, porque las circunstancias europeas han cambiado. Los compromisos de antaño no aguantan el peso de las necesidades de hoy.
No es posible hacer más Europa con menos dinero; no es razonable ampliar a veinticinco y querer funcionar como quince; carece de sentido estar todos a sacar y ninguno a poner. Así, señorías, no se va a ninguna parte, que es donde estamos ahora. El Consejo necesitará hacer algo más que volver a reunirse cuando toque, porque ha fracasado algo más que las cifras del toma y daca. Ha fracasado el diseño presupuestario, su estructura y, tras ello, una idea de Europa que ya está agotada.
¿Qué ha significado esto para España? Nada bueno, señorías. Lo teníamos muy mal en el Consejo y no hemos mejorado con el aplazamiento. Nos ha ido mal.
A su señoría, sin embargo, le ha ido mucho mejor porque se ha librado de presentar hoy aquí el resultado de su actuación. Bien puede estar usted contento porque todas las posibilidades de acuerdo que usted contemplaba, todas, eran pésimas para España. Alguien tenía que pagar la factura de la nueva ampliación y nosotros —que volvíamos según usted al «corazón de Europa»—, íbamos a ser los que más pagáramos y menos nos beneficiáramos de ella.