Cinco Misterios
Publica la Revista Arbil un interesante artículo del Catedrático y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Políticas y Morales, D. Negro, que reproduzco a continuación:
Cinco misterios
por Dalmacio Negro
Lo normal sería examinar el texto llamado constitucional. Pero, sin necesidad de hojearlo, en el presente caso hay al menos cinco razones para votar “no” o abstenerse de votar, rechazando como tercera posibilidad el votar en blanco, que sería una forma ingenua de prestar asentimiento.
Hay tal acumulación de misterios en torno a la Constitución europea, que hace sospechar de los fines que persigue la oligarquía política que controla el consenso socialdemócrata. Entre ellos los cinco siguientes.
El primer misterio consiste en que se llame pompósamente Constitución a lo que, jurídicamente, como es público y notorio, no es más que Tratado entre Estados. La única explicación de buena fe es que se haya hecho así inicialmente por imprudencia o error y luego no ha parecido prudente rectificar. La explicación política es que los gobiernos –la oligarquía partidocrática- quieran engañar con esa denominación a los pueblos con fines inconfesables. Es posible que Francia, la nación que manda en Europa, quiera aprovechar la ocasión para que se apruebe una “Constitución” que la favorece.
El segundo misterio, pasando por alto lo anterior, consiste en que, si según la doctrina constitucionalista vigente, no puede llamarse así, dado el procedimiento seguido, lo pertinente sería llamarlo Carta otorgada en vez de Constitución según la misma doctrina. Ésta es muy clara. Una Carta otorgada es un texto preconstitucional garantizando derechos fundamentales, que las Monarquías posteriores a la revolución francesa otorgaban voluntariamente para satisfacer las presiones populares. Es un acto unilateral por parte de los Monarcas u oligarcas soberanos para tranquilizar al pueblo, pero sin contar con él. La Constitución supone en cambio que el titular de la soberanía es el pueblo. Por tanto, hubiera debido convocarse expresamente una Asamblea constituyente europea que redactase el proyecto de Constitución, Esto no se ha hecho en el presente caso, proponiéndose a sí mismos como constituyentes los oligarcas. Únicamente podría alegarse como precedente la llamada Constitución española de 1978, que, en puridad, también es una Carta otorgada.
El tercer misterio atañe a la sustancia de la libertad política. Prescindiendo de las dos gravísimas informalidades anteriores, que invalidan el texto de pleno derecho, y la injuria política a los votantes de manipular descarada y chabacanamente las palabras, la inmensa mayoría de los españoles lo desconocen y necesitarían bastante tiempo y debates públicos auténticamente libres para enterarse vagamente de su contenido. Es como el tener que firmar un contrato sin leerlo: una coacción. ¿Pero no habla continuamente la clase política de talante, juego limpio, transparencia? ¿Por qué trata a los españoles –y a los demás europeos- como súbditos cuando siempre les llama ciudadanos?
El cuarto misterio es la prisa del gobierno español en convocar el referéndum y la propaganda organizada con el consentimiento de los demás partidos políticos a favor del sí, utilizando de coartada las pequeñas formaciones políticas que aseguran que aconsejarán el voto negativo. En estas condiciones, si el gobierno no es neutral y quiere el aprobado rápido, será porque le interesa a él y a la clase política aunque no le convenga a España. Si no, no tiene explicación.
El quinto misterio es político. El texto que se propone es más desventajoso para España que el anterior Tratado de Niza. Aunque el gobierno ha aceptado el cambio en perjuicio de los intereses españoles, debiera ser un motivo fundamental para que todos los partidos menos los antiespañoles se opusieran. Sin embargo, hasta el Partido Popular, que consiguió el acuerdo de Niza, pedirá el sí, cuando lo propio y elegante hubiera sido manifestar su deseo de que vote libremente cada uno lo que mejor le parezca.
A estas alturas no cabe hablar de torpezas, por lo que todo esto resulta muy misterioso. Sin embargo, no hay que ser optimistas: el gobierno y sus comparsas ganarán el referéndum y lo perderá el pueblo. Pues constituye casi una ley de la naturaleza que los gobiernos, que buscan legitimarse con los referenda, nunca los pierden. Sólo queda preguntarle catilinariamente a la clase política europea en general y a la española en particular: Quosque tandem abutere patientia nostara? (¿hasta cuando abusarás de nuestra paciencia?).