"Creo que en cualquier época yo habría amado la libertad, pero en los tiempos que corren me inclino a adorarla" (Alexis de Tocqueville)

lunes, enero 15, 2007

Discurso íntegro de Mariano Rajoy, hoy en el Congreso



Señorías. Como decía Confucio, el hombre que ha cometido un error y no lo corrige, comete otro error mayor. Este es el caso del señor Rodríguez Zapatero. Todo lo que nos cuenta está muy bien, pero aquí hemos venido a decir la verdad. Y la verdad es que estamos ante la historia de un fracaso que no se quiere reconocer.
Como todo el mundo sabe, esta historia comienza cuando, hace algunos años, se inician los contactos entre algunos socialistas y el entorno de ETA. De esta tertulia informal surgió el año 2004 un proyecto de diálogo con el Gobierno. ETA vio en el señor Rodríguez Zapatero una oportunidad nueva, y el señor Rodríguez Zapatero consideró que en sus particulares planes de reforma Constitucional, nueva transición, reconstrucción de España o como se quiera llamar eso, tenían cabida las reivindicaciones terroristas fundamentales, con lo cual se liquidaba el conflicto.

El caso es que ambas partes vislumbraron amplias posibilidades de entendimiento. Los primeros acuerdos cristalizaron en un programa, un esbozo de calendario y dos mesas de negociación. La agenda para ambas mesas era muy extensa, pero faltaban algunas cosas. Por ejemplo, en ningún punto figuraba la disolución de la banda y la entrega de las armas. Fruto de estos preacuerdos —a los que bautizaron como proceso de paz para darle gusto a ETA— fue la Resolución que esta Cámara aprobó en mayo de 2005. Mi grupo no la votó. Ese día usted rompió formalmente el Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo. Usted lo rompió, usted trajo la propuesta de resolución a esta Cámara y cuando ha habido un fracaso en su política, es obligado que comparezca usted aquí. Yo he pedido su comparecencia no para que explique un atentado, sino para que explique los efectos del cambio en su política antiterrorista y qué es lo que va a hacer en el futuro.

En marzo de 2006 la banda terrorista anunció lo que llamaba un alto el fuego permanente. En ningún rincón del comunicado terrorista apareció, ni siquiera insinuada, la voluntad de poner fin al terror. ETA no renunciaba ni a su fuerza de coacción, ni a sus exigencias políticas. Peor aún: en el supuesto de que se torciera el negocio, se reservaba la capacidad de reanudar todas sus bellaquerías criminales.
Cualquiera hubiera podido aventurar que, tras estos dos pasos rituales, llegaría el atasco. Así ha sido. Durante nueve meses, se han amontonado incontables pruebas de que esta aventura no funcionaba. El señor Rodríguez Zapatero ha hecho todo lo posible para disimularlo, pero sin éxito. Los hechos son tan testarudos que hasta debajo de las mantas hacen bulto. Terrorismo callejero, chantaje a empresarios, amenazas de muerte, robo de pistolas, impertinencias de Otegui, exigencias de autodeterminación… no ha faltado ni un alarde de fusileros. ETA ha exigido al Gobierno, lo ha presionado, le ha impuesto plaz, le ha hecho todo lo que el Gobierno se ha dejado hacer para no arriesgar su proceso.

Desde noviembre pasado se viene hablando de franco estancamiento, de una posible ruptura y de un más que posible atentado, aunque nada de eso se haya reconocido públicamente. Todo lo contrario. Según el Gobierno estábamos en el mejor de los mundos.

Tan contento se mostraba el señor Rodríguez Zapatero de la marcha de las cosas, que el día 29 de diciembre se dirigió a la nación para que los españoles no nos acostáramos sin saber que estábamos mucho mejor que hace un año. Como es sabido, mientras él ocupaba la televisión, un comando de terroristas entraba en Madrid y aparcaba una furgoneta bomba en Barajas. A la mañana siguiente todos pudimos comprobar hasta qué punto estábamos mejor que hace un año. Fue un error y está bien que lo reconozca en esta Cámara, señor presidente. Debería haberlo hecho antes.

Pero las preguntas que caben hacerse son las siguientes: ¿Qué vale su palabra después de todo esto, señoría? ¿Qué fiabilidad puede tener cualquier propuesta relacionada con el terrorismo que venga de usted? ¿Qué vale su capacidad de análisis, su conocimiento de la situación? ¿Dónde está la prudencia que debe guiar las decisiones de cualquier dirigente? No quiero dramatizar, pero tampoco voy a pasar las cosas por alto.

Una vez más usted no ha dado la talla ante la sociedad española. Y eso resulta especialmente grave cuando hablamos de terrorismo, que es tanto como hablar de la mayor amenaza contra a vida, la libertad o los derechos de las personas. A usted le ha tomado el pelo un rebaño de asesinos, enemigos de los españoles y el único responsable es usted que lo ha tolerado. Ya no se puede ocultar el fracaso. Un fracaso que comenzó el día que se puso el pie en una senda intransitable. Porque, aun siendo evidente que ETA no pensaba dejar las armas, se buscó su trato. Aun siendo evidente que ETA pretendía obtener con el alto el fuego los mismos beneficios que reclamaba con las armas, se buscó su trato. Aun siendo evidente que ETA se reservaba el derecho de dialogar con bombas, se buscó su trato. ¿Dónde está la sorpresa? ETA pretende, como ha pretendido siempre, tutelar cualquier negociación. Por eso no suelta las armas. ¿Cómo se tutela un negocio de este tipo sin bombas ni pistolas? Usted aceptó esa tutela, luego aceptó la posibilidad de que ETA utilizara sus peculiares argumentos para desatascar la situación.

¿No dijo su señoría que este era un proceso largo, duro y difícil? ¿No dijo que en esta aventura era posible que se produjeran accidentes violentos que no deberían perturbar el proceso? Debo suponer que ETA entendió lo que entendimos todos: que las bombas no se verían mal con tal de que no matasen. El caso es que matan. ¿Cuántos muertos puede costarnos la próxima vez que ETA exprese su disgusto sin mala intención y se le vaya la mano? ¿Cómo puede afirmar después de esto que sólo ha cometido ningún error? Se ha equivocado en todo. Ha cometido tantos errores que se atropellan. Me faltaría tiempo si quisiera referirme a todos, pero mencionaré unos pocos. Sobre todo para afrontar con inteligencia el futuro.

Su primer error consiste en ser imprudente. La prudencia es una virtud que nos aconseja ponernos siempre en lo peor para evitarlo. Usted ha cometido la ligereza de no prever que su aventura podía salir mal y costar vidas. No hablo de una hipótesis remota, sino de una posibilidad que era muy previsible. Su obligación era tenerla en cuenta y estar preparado para ello. Todo lo demás son ensoñaciones.



Su segundo error consiste en pensar que el terrorismo se resuelve mediante la negociación, cosa que no ha ocurrido nunca en ninguna parte. Con el terrorismo no se negocia. Toda la experiencia acumulada a lo largo del siglo veinte y a lo ancho de todo el planeta, fortalece esta afirmación. Al terrorismo o se le derrota o se le sufre. No existen alternativas, atajos ni cataplasmas. Si existen razones para pensar que los terroristas se rinden, es razonable verificarlo. Lleva muy poco tiempo. Lo que no se puede admitir, señoría, es que a los cinco minutos de comprobar que no hay nada que esperar, que le han informado mal, que los terroristas están en lo de siempre, no los enviara usted a paseo como han hecho todos los presidentes de gobierno que le han precedido.

El tercer error ha sido renunciar a la desaparición de ETA y no decirlo claramente. Les pide usted a los terroristas el cese de la violencia, que abandonen la violencia. ¿Y eso qué es? ¿Basta con que no disparen? ¿Basta con que las bombas se estén quietas? ¿Se conforma usted con que ETA se porte bien aunque no desaparezca? Óigame: Si se van a portar bien ¿por qué no desaparecen? Y si no desaparecen ¿qué le hace pensar que se portarán bien? Parece absurdo, ¿verdad? Pues en ese absurdo quiere usted empaquetarnos.

Su cuarto error, señoría, se llama jactancia. Me refiero a esa presunción que le lleva a imaginar que ahora las cosas funcionarán mejor porque usted está presente. Eso mismo pensó Jerjes en Salamina, antes de salir corriendo. Se equivoca. Aunque sea usted quien gobierna, el día es día, la noche sigue siendo noche, el terrorismo es como es y usted no puede cambiarlo. Hasta los más aficionados al pasteleo saben que con el terrorismo no caben componendas. No es cuestión de talantes. Es que entre los demócratas y los terroristas no existen posiciones intermedias. O se imponen nuestras reglas o triunfan las suyas. No cabe el empate que usted pretende. Por eso, en esta lucha habrá vencedores y vencidos. Es inevitable. Alguien se saldrá con la suya y alguien tendrá que ceder. Lo que se discute es quién pierde. Y yo prefiero que sean ellos.

Su quinto error ha consistido en olvidar que usted no tiene en las manos lo que ETA reclama. Y, como no lo tiene, no se lo puede dar; y como no se lo puede dar, está usted, perdóneme la imagen, tocando el violón mientras cabalga sobre un tigre. No está en su mano, afortunadamente, retorcer la Constitución al gusto de ETA, ni adulterar el Estado de Derecho, ni dar órdenes a los jueces, ni regalar amnistías, ni torcer la voluntad de los navarros, ni conseguir que los españoles miren para otro lado. Lo sabe, señor presidente del Gobierno. Si ha habido un malentendido entre ETA y usted; si, además de vender humo a los españoles, se lo ha vendido también a ETA, el único responsable es usted.

El sexto error es su frivolidad. La frivolidad de quien piensa que no se pierde nada con probar cosas nuevas. Lo que usted se trae entre manos no es un jugueteo inocuo. Tiene consecuencias y todas malas. La peor consecuencia es que cualquier negociación fortalece a los terroristas, reafirma sus ideas, les regala publicidad, les ayuda a mejorar su posición, su estrategia y su armamento. Usted ha hecho esfuerzos insólitos para que los terroristas no parecieran tan malos. Ni siquiera los llama terroristas. Incluso ha llegado a decir que el cambio climático causa más víctimas que ellos. Y ha tenido que corregirle el presidente de una República Sudamericana. Les ha reconocido su razón principal —aquello del conflicto—, les ha congelado el Pacto por las Libertades, les ha abierto las puertas del Parlamento Europeo, les ha dejado formar un grupo en el Parlamento Vasco, ha intentado que acudan a las elecciones municipales, derrocha gestos de buena voluntad, les ofrece fiscales benevolentes y reclama la comprensión de los jueces. ¿Qué más se puede pedir? Al mismo tiempo, hace lo posible para desprestigiar a las víctimas, a los movimientos ciudadanos y a todo el que le lleve la contraria.

El resultado, señoras y señores disputados, es obvio para cualquier observador. Los terroristas ganan en respetabilidad. Son gentes de paz, son interlocutores deseables. Los demás son, o somos, una patulea de sujetos ruines que luchamos contra la paz. Este es el mensaje que ustedes destilan. Insisto, esta es la peor consecuencia de hacer tertulias con los terroristas: los legitima, los torna respetables, refuerza sus postulados, reconoce su conflicto. Es como si ya no fueran asesinos implacables, tal vez ni siquiera delincuentes. Ahora son interlocutores del Gobierno; nobles luchadores de una causa noble que dirimen sus diferencias con el estado opresor; se presentan en sociedad, celebran ruedas de prensa y nos adoctrinan. A usted ya le han ganado esta batalla. Ya le han derrotado en este terreno. ETA, contra lo que usted pregona, está más fuerte que hace un año. Le ha regalado usted tiempo y tranquilidad. Se ha rearmado, se ha reorganizado, se ha refinanciado. Hasta el terrorismo callejero se beneficia del caldo gordo
y de la permisividad que estos diálogos propician.

Para no extenderme más, citaré como último error su actitud ante las víctimas. En ese plan que usted y ETA llaman proceso de paz, es imprescindible que se callen las víctimas. Aquí se equivoca dos veces. Primero porque ni usted ni nadie podrá taparles la boca; segundo porque es absurdo. Si busca una solución que no tenga en cuenta a las víctimas, es que renuncia a hacer justicia. Y, si no se hace justicia, ¿en qué se queda el Estado de Derecho y, en consecuencia, desde qué posición moral pretende combatir a los asesinos? Nunca creeré en la buena fe de una política antiterrorista a la que le estorben las víctimas del terrorismo.

Dejaré ya los errores porque no tenemos tiempo. Lo que quiero señalar es que tal cúmulo de torpezas, a lo largo de casi tres años, no es casual. Hasta el más ignorante acierta de vez en cuando sin querer. El que no acierta nunca es porque se ha propuesto conseguir algo que exige cultivar el error. Un error tenaz es siempre un error deliberado. En este caso es un error táctico. Y no digo más por hoy.

Vamos con el futuro. ¿Qué es lo que se propone ahora el señor Rodríguez Zapatero? Parece dispuesto a continuar obcecadamente en la misma senda y con el mismo escondido propósito que no confiesa, pero que no tiene nada que ver con el final de ETA. Lo que ocurre es que después del atentado no tiene más remedio que guardar las formas y suspender todo contacto con ETA hasta que se recupere la calma. ¿Qué hará? Quedarse quieto y ganar tiempo. Esa es la idea que expresan términos como suspensión, punto final, liquidación, paréntesis, todos recién incorporados a la neolengua del señor Rodríguez Zapatero. Estamos ante una versión nueva del conocido avance estratégico hacia la retaguardia. Mientras dure este tiempo muerto, no debe escandalizarnos que el señor Rodríguez Zapatero contacte con Josu Ternera o que los socialistas vascos se reúnan con el entorno de ETA, porque es indispensable. ¿Cómo podrían saber que reaparecen las circunstancias exigidas por esta Cámara si no dialogan? Es indispensable dialogar para saber cuándo podrá reanudarse el diálogo. Estamos, pues, ante una política antiterrorista que ni es política, porque consiste en no hacer nada, ni es antiterrorista porque necesita el permiso de los terroristas para funcionar.
Es comprensible que ante un ridículo tan inestable reclame toda clase de apoyos, aquí y en la calle, para apuntalar esta sinrazón. A eso le llama usted unidad democrática. Lo que usted propone es la carabina de Ambrosio, con perdón. Quiere un acuerdo que no pretenda derrotar a ETA, que se apalabre sin conocer su contenido, y en el que figuren todos los defensores de Batasuna, de sus razones y de sus conflictos. ¿Qué pintamos ahí nosotros? Yo nada… y usted tampoco. Haga usted lo que quiera, pero no me utilice como coartada. Si quiere pactar conmigo tendrá que ser en el marco del Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo, esos papelitos viejos pero tan útiles. Lo que usted firmó, señor presidente del Gobierno. Lo importante de verdad, porque ahora no es momento de palabras huecas ni de frases vagas, es que rechace cualquier acuerdo con los terroristas y les haga saber que no tienen más salida que abandonar las armas. ¿Está dispuesto? Para esto, ni siquiera necesita usted un pacto. Si es para cumplir con su deber y perseguir a ETA, siempre podrá contar con el apoyo del Partido Popular. Otros le faltarán. No lo sé. El Partido popular, no. Yo estaré a su lado. No me pida otra cosa. No me pida que me sume al desistimiento, que acepte un apaño y que dé la batalla por perdida. Apoyarle a usted en el error supone el fin inmediato de toda esperanza, y no estoy dispuesto. No aceptaré que los terroristas se salgan con la suya, que nos impongan la sinrazón y que renunciemos a la justicia. No lo aceptaré. No diré jamás a los españoles que abandonen la esperanza. No tienen por qué abandonarla.


Podemos derrotar a ETA y, en lo que de mí dependa, derrotaremos a ETA. No quiero que pierdan la esperanza. Además, señor presidente —y no me tome a mal la pregunta— ¿es usted fiable? Lo digo porque no sé si está en condiciones de hablar de pactos o de acuerdos. ¿Qué caso podemos hacerle? ¿Qué tenemos aparte de su palabra? ¿Y cuánto vale su palabra después de lo que hemos visto a lo largo de esta legislatura? No le sobra crédito, señoría. Va a tener usted que demostrar una volunta inequívoca de rectificar. Y, mientras no muestre esa voluntad inequívoca, no me pida que le tome en serio. Tiene que hacer gestos que permitan confiar en usted. ¿Necesita ideas? Le propondré sólo algunas. Porque yo voy a ir al Pacto por las LIbterdes. Porque yo siempre voy a donde me llama el presidente del Gobierno de mi país. Pero le voy a dar algunas ideas. Proclame, sin tergiversar las palabras, que se ha roto definitivamente su relación con los terroristas y la de su partido; asegure que ni ETA —ni quien represente a ETA— recibirá nunca ninguna concesión política; solicite que esta Cámara revoque la Resolución que le autorizó a dialogar con ETA, porque ese fue el mayor error que se cometió en los últimos años; vuelva a colocar a Batasuna en la ilegalidad real y diga a los españoles que no se presentará bajo ningún nombre a las elecciones municipales; aclare en el Tribunal Europeo de Estrasburgo que Batasuna es una formación ilegal; dé instrucciones al Fiscal General para la apertura del juicio oral contra Egunkaria.

Haga esto y podré confiar en su voluntad de rectificar los errores. De lo contrario, no cuente conmigo, porque no pienso acompañarle. Porque no habrá mayor error que acompañarle en su fracaso. Y no se preocupe por nosotros. Agradezco su interés, pero no nos preocupa la soledad, nos preocuparía mucho más flaquear en las convicciones. Para mí sería muy fácil mirar para otro lado, apuntarme a una unidad ficticia y engañosa y esperar sin hacer nada su próximo fracaso. Pero eso no me lo podría perdonar.

Señor presidente del Gobierno, déjese ya de palabras, de unidad, de deseos infinitos de paz. Hable de políticas. Había una política contra el terrorismo; tenía el apoyo de la inmensa mayoría de los españoles. Usted la cambió. Ha fracasado, vuelva a esa política y tendrá el apoyo de la inmensa mayoría de los españoles.

Sé que mis palabras, señor Rodríguez Zapatero, podrían haber sido más agradables. Lamento que la materia que nos ocupa y el respeto a la verdad no me lo permitan. Pero no olvide que tanto si le gusta como si no le gusta, a la hora de la verdad, su único aliado fiable seré yo.

Si las cosas se ponen feas —lo cual no es imposible—, cuando se apaguen las luces de la fiesta y haya que apretar los dientes, el único que estará a su lado seré yo. No me gustaría, si llega ese momento, tener que repetir este mismo discurso.


Nada más y muchas gracias.

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